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La humanización de un salvaje

O. BELATEGUI

Viernes, 23 de marzo 2018, 00:24

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«Si no quieres un perro, ¿por qué no una mujer?», le pregunta el tabernero (Kandido Uranga) al trampero que encarna Mario Casas en 'Bajo la piel de lobo'. Y este contesta: «No es un sitio fácil para una mujer. Y son más difíciles de domar». Hasta el minuto 17 de la ópera prima de Samu Fuentes no se escucha ni una palabra. Asistimos a la cotidianidad de un alimañero que sobrevive en la montaña nevada. Una suerte de Grizzly Adams que pasa el día procurándose alimento y calor. Forjado en el documental, Fuentes acierta al mostrar con detalle la rutina de un hombre que se comporta como un animal. Su respiración, sus gruñidos, sus sonidos al comer o al copular hacen que nos olvidemos de que detrás de las greñas y las pieles está el que hasta anteayer era ídolo de adolescentes.

Resulta loable el intento de Casas por trascender de los roles de galán juvenil. Y como sucedía en 'La mula' y 'Toro', vuelve a salir victorioso del empeño. Los parajes naturales de Asturias y el Pirineo oscense son el escenario de este drama que remite a otras películas de aventuras con personaje solitario y hosco, como 'Las aventuras de Jeremiah Johnson' y 'El renacido'.

La fotografía de Aitor Mantxola y la música de Paloma Peñarrubia con sones de txalaparta poseen empaque atmosférico y sensibilidad. No se puede decir lo mismo de la tensión dramática de una cinta que se alarga casi hasta las dos horas, en la que asistiremos al proceso de humanización del personaje gracias a dos mujeres. Frente a la sumisa Ruth Díaz se contrapone la rebelde Irene Escolar, en un relato agrio y seco de la situación de la mujer en la España rural de los años 30. El animal más fiero que desfila por la pantalla, como ya sabemos desde el principio, no es el lobo, sino el hombre.

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