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JOSÉ FERMÍN HERNÁNDEZ LÁZARO
Viernes, 22 de diciembre 2017, 00:11
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Un periódico suizo publicó la esquela de Matías Schepp, que se había suicidado el 3 de febrero de 2011 arrojándose al tren. Tenía 43 años, una exesposa y dos hijas llamadas Livia y Alessia. Después de muerto, su ex, Irina Lucidi, recibió una carta firmada por Matías en la que le decía que nunca más vería a sus hijas. Efectivamente jamás ha vuelto a verlas.
Tenían las niñas 6 años. Todo lo que quedó detrás del suceso se resume en misterio y dolor, el dolor de una madre hundida en el desgarro de un sufrimiento íntimo e inacabable. Sólo a una persona como es esta escritora, que es madre de cuatro hijos, podía herirle tanto un suceso como el que realmente le sucedió a Irina para ser capaz de escribir unas páginas en las que -de no saber que ella es la voz que lo cuenta- cualquiera diría que sus palabras son las de la propia madre a la que le sucedió lo acontecido.
La pisana Concita de Gregorio es hija de madre española y padre toscano y en este libro consigue expresar, en un ejercicio de empatía absoluta, el sufrimiento, las dudas, la esperanza y el difícil camino que se ve obligada a seguir una madre a la que el padre privó de sus hijas con ánimo tan perverso que ni siquiera le dijo qué hizo con ellas.
La protagonista desconoce si el padre de las niñas acabó con sus vidas o las entregó a alguna persona antes de suicidarse. Ése es el misterio que Concita de Gregorio va desgranando en la novela en base a la lacerante y desgarradora soledad a la que se ve sometida tras tomar conciencia de la pérdida para siempre de sus hijas.
Es una fractura sentimental que la deja... ¿Cómo la deja? Ésa es otra de sus pesadumbres. Ni siquiera puede definirse a sí misma como puede hacerlo quien pierde a su pareja (viudo o viuda) o se queda sin padre o madre (huérfano). Por eso se pregunta la protagonista ¿qué es una madre que pierde a sus hijas? ¿Cómo se le puede llamar? ¿Por qué no existe una nominación genérica para definir a la persona que pierde a sus hijos?
En la novela la protagonista se plantea muchas incógnitas y pregunta a otros cómo y por qué todo sucedió de ese modo. E interpela y demanda a la jueza que lleva el caso que se resuelva, y a las maestras de la escuela donde las niñas cursaban sus estudios, que le digan cómo eran en clase y qué hacían.
Y no se resigna a dejar de ser madre a pesar de hallarse sin Livia ni Alessia. «Soy madre, lo seré siempre. Sin hijos pero madre. No hacen falta hijos para ser madres».
Intenta consolarse y no se explica tanta maldad en Matías. Él se suicidó pero no dijo qué hizo con las niñas. Mas eso no es todo.
Concita de Gregorio rubrica la novela con unas palabras de resignación y esperanza de Irina: «...salgamos a dar una vuelta. ¿Qué me dices? Vamos a ver porque parece que fuera es primavera».
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