Borrar

Una raya en el agua

CHAPU APAOLAZA

Jueves, 21 de junio 2018, 00:07

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Está Madrid que no se cabe de motoristas dimitiendo a gente. Ayer osé poner un pie en la Costa Retiro en misión amorosa, me crucé con Don Lorenzo Díaz en la puerta de un restaurante y, para cuando me quise dar cuenta, casi me atropellan dos. Van por Madrid destituyendo como locos. Circulan en una conga ruidosa y justiciera. Carmena debería de estudiar el efecto invernadero de tanto cese por los gases de los tubos de escape. Recuerdo días en los que no pasaba nada y ahora el BOE parece Snapchat. El seleccionador nacional y el ministro de Cultura cayeron el mismo día. Hace nada se hicieron una foto con el Rey y anda Felipe VI mirando entre los visillos de Zarzuela. Este lío resulta hipnótico: cesan a gente a la que no habían cesado nunca antes. Esto ya lo vio venir Paquito Márquez en la redacción de Cádiz cuando palmó Aleksandr Soltzenitsyn: «Se está muriendo gente que no se había muerto antes».

El cuento de la política se está convirtiendo en microcuento. Hay cargos que transitan por la historia como una raya en el agua. Yo mismo. Maxim Huerta fue ayer el monstruo final de este videojuego descabellado en el que se está convirtiendo España. Duró más el discurso de despedida que el tiempo que pasó en el ministerio. Salió a la palestra y dijo que no le iba a escuchar nadie y estaba el país entero delante de la televisión. Susana Díaz se abría un botellín de Cruzcampo. Él hizo varias pausas dramáticas, como si fuera a recibir en plató a algún invitado estrella. Dijo Huerta que todo era un complot, una jauría, una caza de brujas. Le faltó llorar. «Porque yo amo la cultura. Yo amo mucho la cultura», dijo en estado trascendental y se repitió un épsilon de más, como cuando se toma uno más de una cerveza sin tapa y se pone reiterativo. También citó a Lope.

Huerta era sin duda la apuesta más exótica de Pedro Sánchez, casi un fuego artificial, y quizás hubiera sido un buen ministro. Qué extraño que nadie le preguntara antes de nombrarlo si había tenido algún lío. Me dicen los que lo conocen que era un tipo con corazón, un bizcochable. Màxim cuando llegó era 'la gente' y es verdad que la gente elige abogados fiscalistas con el mismo gusto con el que elige los trajes, que después van por ahí como si los hubieran empujado desde un quinto. Creí entender al anterior ministro que se iba por el ruido, pero en realidad se iba porque no se llevan ya las sociedades interpuestas para pagar el impuesto de Sociedades en lugar del IRPF y porque se ha publicado que intentó colar más de 300.000 euros en gastos que no se podían deducir. Nada, unos tiques de gasolina. Y dice que era lo normal; otra cosa es que estuviera bien. Y después está lo de la casa en la playa como gasto. El límite de todo desmán está en la casa en la playa. Un apartamento, unas cremas en el súper, un chalet en Pedralbes: la miseria. Este país no perdona chisgarabises en primera línea de playa desde que el 'Un, dos, tres' regaló el apartamento en Torrevieja, menos aún después del chalé de Ignacio González. Dijo Huerta que no había hecho nada ilegal, que «lo que importa es el bombardeo». Le trinca a uno Hacienda y pinta el asunto como si fuera el Gernika. Así no.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios