Borrar

Pasos y huellas

«Un camino sencillo: un joven que va al colegio. ¿Hay algo más prosaico? Así, sin espectáculo, sin flashes ni ensayos: quedan inaugurados los caminos divinos cotidianos de santidad»

AGUSTÍN MARRACO BONCOMPTE. - SACERDOTE. DOCTOR EN FILOSOFÍA

Lunes, 29 de enero 2018, 00:21

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En lacalle Mayor, a la altura de La Merced, junto al mesón que se convirtió en santuario obligado de los peregrinos gastronómicos, mi tío Ventura regentaba un bar: el Bretón. Nos gustaba acudir a tomar el vermut algún domingo. Todavía éramos castellanos viejos. Encima del restaurante, mi tío Abel, sastre, trabajaba en su taller. Cuando llegaba aquella Semana Santa sin globalizar, era obligado ver la procesión desde el balcón: recibir los piquetes de gastadores con sus armas abrillantadas, los nazarenos descalzos arrastrando sus ruidosas cadenas, los tambores y las estridentes trompetas: un espectáculo. Y, sobre todo, los pasos.

Los pasos llegaban jadeando por la Costanilla, pero se detenían para estudiar la maniobra del cruce de la esquina. Esa peculiar estación de penitencia nos permitía descansar la mirada en las figuras, recoger el aroma sutil de los claveles rojos, mientras el frío de la noche columpiaba el aroma del incienso. Silencio. La voz de capataz sonaba tajante: menos pasos quiero. Los pies se arrastraban con sigilo, como con miedo a golpear con sus ecos las piedras de la Tabacalera.

En ese mismo cruce, hace ahora 100 años, un joven que iba al colegio se encontró -sin buscarlas- con unas huellas de pies desnudos, estampadas en la nieve fina. Todavía escuchaba su crujir pausado. Unos carmelitas descalzos estrenaban el gélido manto blanco sin saber, sin poder saber, la trascendencia de aquel sacrificio escondido, de su fidelidad oculta. Aquellas huellas espabilaron en el joven Josemaría Escrivá la curiosidad y la responsabilidad: «Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo?».

El escritor alemán Michael Ende narra el periplo de una compañía de teatro que vaga por el mundo. Su drama es que representaban una obra, pero olvidaron una palabra y eso les impide continuarla. Mientras la buscan, van caminando y la escriben sobre la faz de la tierra. Si bien es cierto que unas huellas siempre recorren un camino, ahora es el camino el que nace con las huellas. «No hay caminos hechos para vosotros... Los haréis, a través de las montañas, al golpe de vuestras pisadas», escribirá el futuro san Josemaría en Camino (n. 928). En aquellas huellas del P. José Miguel y de fray Pantaleón, el fundador del Opus Dei reconoció las huellas de Cristo, que pasó por su vida invitándole a seguirle.

Ahí nació un lendel, el primer camino ordinario de santidad de los innumerables que se abrirán luego en la historia y en el mundo. Un camino sencillo: un joven que va al colegio. ¿Hay algo más prosaico? Así, sin espectáculo, sin flashes ni ensayos: quedan inaugurados los caminos divinos cotidianos de santidad.

Cada huella lleva una dirección; y estas no se detienen en Logroño. Van a Moscú y a Sicilia. Las he encontrado en La Pintana, la comuna más pobre y violenta de Santiago de Chile, capacitando a los niñitos para que mediante la educación un día abandonen ese lugar donde sueñan ser felices; hay huellas de D. Tomás -que nos dejó en Torrecilla hace ahora 6 meses- horadando las quebradas del Perú donde se quedó su corazón; hay huellas en las bibliotecas silenciosas trabajadas por D. Felipe Abad que se marchó al Cielo hace un mes. Se detendrán en una farmacia, en un aula, en una imprenta, en miles de hogares luminosos y alegres de todo el mundo... Y son caminos hechos a base de huellas que nacieron aquí, en la calle Mayor, esquina con La Merced.

«Sé todos los cuentos», exclamaba desesperanzado un poeta del pasado siglo. Yo doy fe de que la vida de san Josemaría Escrivá de Balaguer no fue un cuento; ni la de Isidoro Zorzano, ni la de Tomás Alvira, ni la de tantas y tantos otros millones de almas que recorren el mundo dejando sus huellas en una hermosísima guerra de amor y de paz.

Una vez que san Josemaría echó la vista atrás, repasando su vida y la historia del Opus Dei, cayó en la cuenta de que Santa María se había hecho presente en cada uno de sus pasos. En el suceso de las huellas en la nieve, ¿tal vez era alguna fiesta de la Virgen?, ¿alguna imagen suya fue testigo del acontecimiento? Se trató de algo más sutil: Santa María se hizo presente en los religiosos de la Orden del Carmen, que atravesaban la calle de... La Merced. Y, ¿qué se dice ante un regalo? ¡Gracias!

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios