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El país, con la Constitución

BERNARDO SÁNCHEZ

Sábado, 7 de octubre 2017, 23:54

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Me encantaría que nuestra democracia fuera, no sé, como más aburridilla, ¿no? Menos trepidante. Una democracia consolidada lo es precisamente porque te aburre su funcionamiento garantizado en mayor o menor medida; porque te aburren el cumplimiento de unos mínimos establecidos, la irreversibilidad de algunos acuerdos adoptados, la aplicación de las leyes vigentes, la observación de unas reglas de convivencia pactadas, una demarcación territorial fijada y un generoso calendario de festivos; en fin, las herramientas de las que se dotan para organizarse con unos márgenes homologados de fiabilidad aquellos individuos que cohabitan en el marco de una democracia. Sí, sí, todo eso que sigue haciendo de la democracia el peor de los sistemas políticos si descartamos todos los demás, ¿verdad? Todos esos fijos que producen una bendita sensación de aburrimiento y te permiten dedicarte a pensar en otras cosas, en tus cosas, por ejemplo; sin estar pendiente de que cada equis tiempo un destarifao o un animal extraño -como llamaba el otro día Antonio Banderas a la cosa- te siegue la hierba bajo los pies. Un mínimo que es un máximo garantizado de esos de todista. Debe ser -pues me reconozco todista: tengo ya 56, fui encastado en la Carta Magna del 78, y me he malacostumbrado a lo de vivir en paz, a diferencia de varias generaciones anteriores, curtidas en asonadas y garrotazos-; debe ser, digo, esa cosa pequeñoburguesa y capitalista -no como el lumpenproletariado de la CUP- de aspirar a unas dosis tolerables de estabilidad, de sistema, incluso; estando, como estamos, desde los electrodomésticos hasta las ideologías, rodeados de obsolescencia programada. Aspirar... a ver cómo lo digo, ¿a la monotonía democrática? Pues sí, a una monotonía democrática, que es lo más parecido a que funcione la democracia: monótonamente. Casi invisiblemente, como es invisible el buen guión que hace buena una película. En una entrevista de hace un par de años, también Banderas decía que en España disponemos de un buen guión, pero que a veces no lo seguimos, o no lo interpretamos bien. La monotonía es frágil, ojo. Cuando se consigue es todo un éxito. Mantener un tono adecuado, perseverar en el guión, es todo un logro (de nuevo, el todismo). Y cualquier otra cosa es no ganar para sustos. Y correr riesgos innecesarios. No es un lujo que -y a nuestra historia me remito- esté a nuestro alcance. Poca broma con la democracia, como con el colesterol malo. Pero no, va a ser que no. Que aquí nos va la marcha y la diversión para grandes y pequeños. Como si nos sobrase democracia, como si nos hubiera venido instalada de serie, cada cierto tiempo, incluso -sospechosa paradoja- con la excusa de pedir ¡más democracia! como si fuera pedir ¡más madera! (que lo es, madera, pues sus porfiadores sólo tratan de echar leña al fuego), la estresamos. Frívola, caprichosa, peligrosamente. ¡Tomba! ¡Tomba!, ¿no?, a ver qué pasa. Como si tuviéramos la certeza de que volverá a recuperar su forma original tras el festival. Cuando lo más posible es que ya no la pueda recuperar, y quede deformada, esperpentizada, degradada. Se le quede cara de un tupperware lleno de papeletas bajadas de un internet ruso. Tranquilos, es un aberración óptica: será una democracia superior, envidia de las democracias europeas, una superdemocracia como la que está inventando hoy el somatén secesionista; una democracia en la que -y aquí radica su perfeccionamiento- los votantes, los no votantes y el resultado son prescindibles. Lo que importa es el tintineo de las llaves de los colegios, el reparto de claveles, los novillos del alumnado, las comparsas de niños convertidos en Harry Potters de la causa, con sus gafitas y envueltos en capas esteladas; importa, eso, la varita mágica, el Govern bajo palio, las homilías, el milagro y las conversiones express. Véase a esa muchacha que tan alegre y confiada confesaba delante de una cámara de Antena 3: «Yo no era independentista, pero me lo han explicado esta noche y en una hora me han convencido». Pero no, no, no escarmentamos. Como si fuésemos la democracia parlamentaria más vieja de Europa, algunos se permiten eso, sacarse de la manga una democracia de bajo coste, para adolescentes de trasnoche, y de paso asomarnos al abismo cada cierto tiempo, por diversión, tipo fiesta de pijamas. Pues nada, hombre, una vez más, quién nos lo iba a decir, te levantas un domingo de octubre de 2017 y de nuevo: El país con la Constitución.

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