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¡Ojalá que te vaya bonito!

MARÍA ANTONIA SAN FELIPE

Jueves, 7 de junio 2018, 21:41

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Es cierto que, en política, saber irse es mucho más importante que saber llegar, aunque tratar de perpetuarse es una tentación que siempre estimula el ego de lo gobernantes que sucumben al atractivo de los laureles dejando a un lado los consejos de la inteligencia. Es evidente que Mariano Rajoy se ha equivocado minimizando o negando los embates sucesivos de la corrupción de su partido. Durante años, el PP no ha ahorrado mentiras ni aspavientos revestidos de una actitud chulesca de menosprecio a sus adversarios y a la propia ciudadanía. Rajoy llegó con un amplio respaldo (186 escaños) y va a irse por la puerta falsa. Triunfe o no la moción de censura presentada por Pedro Sánchez, que cuando esto escribo parece que ya cuenta con los votos necesarios, la salida siempre estuvo es sus manos y no en las ajenas.

En mi inmensa ingenuidad, enamorada de la democracia como mejor sistema de gobierno ensayado hasta la fecha, el día en que Mariano nos abrumó a los españoles con el inolvidable «Luis, sé fuerte» dirigido a su tesorero Bárcenas, pensé que no había otra salida que la dimisión del presidente. Por supuesto, como confieso ser una ilusa, me equivoqué. Como también fallé al considerar que las urnas castigarían las montañas de corrupción que habían aflorado como setas por todo el país, aunque todo era presunto y se contrarrestaba y justificaba con la cantinela de los ERES de Andalucía, el estribillo de que todos roban, han robado y robarán y otras excusas semejantes. El hecho es que ahora hay una sentencia demoledora sobre la trama Gürtel, la primera del largo rosario que tramitan tribunales, que prueba la trama de comisiones organizada con las adjudicaciones públicas, la existencia de una caja B en el PP, su financiación irregular, que cuestiona la credibilidad del testimonio del aún presidente del Gobierno y que ratifica a los ciudadanos lo que ya sabíamos: que nos han mentido, esquilmado y se han reído de todos nosotros.

No puedo, llegados a este punto, olvidarme de su antecesor, José María Aznar. Algunos dicen que se marchó sabiendo lo que había y que por eso no eligió a Rajoy en vez de a Rato. Al aceptar la herencia, Rajoy lo heredó todo y por lo que parece en estado de putrefacción. En el PP, según hemos escuchado a sus portavoces y a su secretaria general, Dolores de Cospedal, siguen instalados en la prepotencia y no son conscientes de que en la calle el hartazgo sube como los ríos en época de crecidas. Es la presión de la ciudadanía la única razón por la que la moción de censura, equivocada o acertadamente, puede triunfar hoy y no hace un mes.

Rajoy ha pretendido ignorar la repercusión que esta sentencia ha tenido en la opinión pública y con su error ha escrito su propio epitafio político. Tras conocerse la sentencia de la Audiencia Nacional, para evitar daños a su partido pero, sobre todo, para salvaguardar los intereses de España, debió presentar su dimisión inmediata y convocar elecciones. Su renuncia no lo hubiera redimido de su culpa, ni exonerado de sus responsabilidades pero hubiera permitido cerrar la puerta de la corrupción institucional, abriendo la ventana a un futuro que supere esta etapa negra de la política española devolviendo la voz a los españoles.

Al no hacerlo enterró su propia dignidad y ha agotado en su resistencia a marcharse el poco crédito que le quedaba. Todavía hoy puede dimitir antes de que lo echen. El verá. Rajoy ha sido alcanzado por su pasado y cae víctima de su propia soberbia. Pronto será un recuerdo, un borrón en nuestra historia al que España sobrevivirá. Del futuro hablaremos otro día pero permítanme que, rememorando a María Dolores Pradera, despida al presidente con una canción: ¡ojalá que te vaya bonito!

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