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Neurociencias y cambio en la educación

SYLVIA SASTRE

Martes, 6 de marzo 2018, 00:05

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Los tiempos de «La letra con sangre entra» han ido cambiando. Desde principios del siglo XX, las aportaciones de psicólogos, médicos y pedagogos produjeron importantes transformaciones para una nueva educación; Binet en Francia respondió a una solicitud del entonces Ministerio de Educación francés para diferenciar a los aprendices que precisaban de una ayuda y ritmo específicos de los que podían seguir el ritmo de aprendizaje previsto, creando para ello el primer test de 'inteligencia', Montessori, Freinet o Decroly fueron otras figuras que dedicaron su trabajo a renovar la educación ajustándola a la diversidad de alumnado. Avanzando el siglo XX, Piaget dedicó su vida a estudiar cómo se desarrolla la inteligencia de los niños y cómo construyen los saberes desde el nacimiento, mediante la precisa y paciente observación de sus acciones y respuestas verbales mientras resolvían tareas, deduciendo los mecanismos psicológicos del razonamiento, operaciones lógico-matemáticas, representación mental, etc. subyacentes, y diferenciando el funcionamiento mental del bebé, del niño, o del adolescente. Su trabajo fue el pilar fundamental para la comprensión diferencial del desarrollo y funcionamiento intelectual que hoy conocemos y aplicamos, pero hay que ir más allá de lo que consiguió explicar el autor porque, aunque estaba convencido del anclaje cerebral de la inteligencia, su trabajo careció del soporte técnico que hoy permite la imaginería cerebral para establecer la relación entre la acción resolutiva y el funcionamiento del cerebro.

El avance de las neurociencias facilita que, interdisciplinarmente, podamos acercarnos desde antes del nacimiento a los cambios en la configuración del cerebro y su funcionamiento que dan soporte al funcionamiento intelectual y emocional observable en el comportamiento, comenzando a establecer puentes que permitirán al profesor ir más allá de la enseñanza-aprendizaje comportamental, comprendiendo los mecanismos cerebrales de aprendizaje de los alumnos según sus perfiles diferenciales, y explicando por qué unos tienen una potencialidad por encima de lo habitual para ello y cómo la aplican, cómo lo consiguen los alumnos típicos, o como lo hacen otros alumnos con dificultades de aprendizaje (por ejemplo, dislexia o discalculia), trastornos de desarrollo de diversa consideración (trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, trastorno del espectro autista, trastorno de personalidad, etc.), déficits sensoriales, etc, etc.

Es la nueva revolución en la educación: los profesionales deben formarse en neurociencias para conocer mejor y ajustarse a la diversidad de sus alumnos, poniéndolas a prueba, y las instituciones deben atender estos avances como están haciendo países como Francia que ha creado este año el 'Consejo científico de la educación nacional' presidido por un acreditado investigador en el campo (S. Dehaene), para afrontar cómo aplicar en la escuela los avances de las neurociencias que permitan atender mejor la diversidad en las aulas. Un reto y una prometedora perspectiva de renovación que también en España se está dinamizando.

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