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Mujeres

Los hombres construimos desde la prehistoria un modelo cultural que nos beneficiaba por terror a las mujeres

JUAN FRANCISCO FERRÉ

Lunes, 22 de enero 2018, 23:43

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El hombre es un lobo para la mujer, advertía la madre a Caperucita. Pero una mujer necesita un lobo a su lado cuando llegue la fría noche. La madre de Caperucita era una mujer anticuada. La mujer es esa criatura portentosa que se pasa la vida luchando contra dos bestias feroces. Los imperativos de la biología y las leyes del patriarcado. Solo por eso, la mujer es un ser más completo e íntegro que su antagonista sexual. La doble X de sus cromosomas no basta para explicar esa hegemonía manifiesta. Philip K. Dick creía que la superioridad de las mujeres residía en su capacidad para soportar el dolor. ¿Y sus increíbles dotes para el placer qué?

Cuando una mujer ve a Oprah Winfrey alzar la voz en Hollywood contra el despotismo patriarcal siente una complicidad inmediata con ella y con las demás actrices privilegiadas que se han rebelado contra los abusos de un poder feudal que favorece al gran macho, llámese Weinstein o Trump. Pero es un espejismo, otro trampantojo generado con la misma tecnología con que el cine americano fabrica películas infantilizadas de consumo mundial. Y no porque no tengan razón, sino porque el sistema de sumisión que denuncian también las ha expuesto en el escaparate de la fama mediática, transformándolas en lujosas muñecas de carne que sirven de modelo a las demás mujeres y de fantasía húmeda a los hombres.

Ya pasó nuestro tiempo. Los hombres construimos desde la prehistoria un modelo cultural que nos beneficiaba por terror a las mujeres y a sus poderes terrenales. Y por una especie de veneración ambigua a lo que representaban en el escenario de la vida. Creíamos que ellas eran instintivas y emocionales y nosotros racionales y lógicos. La inteligencia y el rigor eran nuestro patrimonio genético y el matrimonio nos otorgaba la garantía de mantenerlas controladas en el ámbito doméstico, hasta que conocíamos a una estratega fatal que arruinaba nuestros cálculos y pulverizaba nuestras teorías. Ese cuento de hadas también se acabó. Nada es más insoportable para un hombre moderno que verse obligado a defender un sexo en bancarrota, con el onanismo bochornoso del cómico Louis C. K. como confirmación patética. Los hermanos Wachowski se cortan el rabo y se vuelven 'transgénero' pensando que así solucionan el viejo problema de la violación. No es tan fácil. El rompecabezas masculino está en el cerebro.

En pleno capitalismo neoliberal, además de atractivas, las mujeres deben ser lobas inteligentes y emprendedoras. Lo están logrando, sin necesidad de que un club de pijas californianas o parisinas les enseñe el camino de la libertad sexual. Flaubert decía que la mujer es la creación más perfecta de la civilización occidental. A estas alturas, lo mejor que puede hacer esta civilización es ponerse en manos de las mujeres y a ver qué pasa.

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