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Mind the gap

BERNARDO SÁNCHEZ

Domingo, 24 de septiembre 2017, 00:21

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El azar funciona como una bomba de relojería. Y el terrorismo es una agencia dedicada a detonarla. El terrorista es ese especialista, un dios menor, mercenario del destino, internado en el tubo, como un trombo que circulase emboscado por nuestra sistema sanguíneo. Nunca piensas, claro, que te vas a cruzar con él en el Metro, en el tubo, en el subsuelo, en un capilar, un día de labor, a las horas punta, que resultan serlo todas en nuestro frágil sistema y en sus arterias afluentes. No lo distinguirías, además, porque lleva las mismas bolsas que tú, un móvil como el tuyo y una ropa parecida. Es un maestro del disfraz, como suelen serlo los grandes criminales. La voz en off del tubo londinense advierte a cada minuto: «mind the gap between the train and the platform». Se puede traducir literalmente lo de 'tener cuidado' ('en mente'), lo del tren y lo del anden. Pero lo del gap suena ambiguo, incluso siniestro: se encuentra entre el agujero y el error. En la entrada del Collins se multiplican los significados: vacío, hueco, brecha, distancia. El tipo que lleva la bomba fatal -de fatum- habita en ese agujero oscuro, en ese gap, del que asoma sólo cuando no se le espera. Por eso, cualquier cuidado con el gap es insuficiente. No obstante, mind the gap para atravesar el precipicio que existe entre tu convoy y la orilla. El agujero de las ratas. Si te acuerdas. Las prisas, el cambiar de línea no nos deja ni tiempo para el miedo. El miedo supone detenimiento y reflexión. Ahondar en el gap. Parsons Green, en el Sudoeste de la ciudad de Londres. Un tramo de Metro elevado sobre un jardín (sobre el 'green') en el corazón de Fulham. Sobre una línea también verde, que atraviesa la ciudad de extremo a extremo; justo la línea que toma todas las mañanas -la del viernes, también, claro- mi amigo Peter W. Evans para ir a dar a sus clases de cine a la Universidad de Queen Mary, en el Noreste. La siguiente parada a Parsons es Putney, bajo cuyo puente veía yo pasar de niño en la televisión las regatas de Oxford contra Cambrigde, que me fascinaban. El Metro de Parsons Green es de ladrillo, el brick, que dicen, y su estructura es de vigas de hierro, atornilladas. Es una Estación como de comedia con Alec Guiness, o de Breve encuentro. A sólo cinco paradas, hacia abajo, las pistas de tenis de Wimbledon. H. G. Wells, en 1898, ya inventaba que La guerra de los mundos alargaba sus tentáculos hasta Wimbledon. Para ir desde el centro de Londres hasta Parsons Green, o pillas el bus 22 en Picadilly o te subes en la District, en 'la verde'. Pero el 22 -el chuchu, como nos gusta llamarlo familiarmente- siempre tiene obras a la altura de King's Road, o en el codo que la prolonga hasta New King's Road. Sólo lo cogemos cuando queremos volver a ver desde el bus la casa donde vivió Carol Reed, en el 223-215. Ya saben, el director de El tercer hombre, quien mejor ha filmado las cloacas, aquel gap inacabable y laberíntico en Viena, en Europa, en la Historia. Peter, por cierto, le dedicó un libro formidable a Reed y nos llevó hasta el portal de su casa. Con Peter también atravesamos un día -y luego muchos más- el green de Parsons para enseñarnos el Campo del Chelsea, que se puede ir andando. Él es muy del Chelsea. Cuando juega el Chelsea en casa es inútil coger ni el chuchu ni 'la verde', porque se petan. Desde Parsons Green se oyen pasar a todas las horas los aviones. Si coges el metro por la mañana pronto, a eso de las 8 precisamente, sobre los raíles elevados, en el horizonte del Este la ciudad apunta en medio de un resplandor grisáceo clareado por su centro. Y te aguarda. Si regresas al final de la tarde, cuando desciendes del convoy, una vez rebasado el gap, puedes contemplar en el Oeste una franja roja pintada por Turner. Parsons Green es nuestra parada doméstica cuando vamos a visitar a Londres a Peter e Isabel, que viven a unos metros. El viernes veo en la tablet una fotografía de un policía, no sé si de la científica o de los desactivadores, yo que sé, que ha dejado su equipo en un banco del andén; un banco que se encuentra ya fuera de la techumbre que cubre la Estación. Cuántas mañanas hemos esperado Teresa y yo al convoy sentados en ese mismo banco y no en otro. En silencio, porque la Estación de Parsons Green es muy silenciosa y como aérea. Y vemos también en la tablet, en una página mejicana, fotografías de personas en el exterior de la Estación. En una aparece Peter, llamando por el móvil a Isabel. Cada día, en fin, tiene su gap.

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