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MÁSCARAS

Sábado, 3 de marzo 2018, 23:50

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La imagen de Anna Gabriel con un peinado que disimula su flequillo cortado a destral ha dado la vuelta a España esta semana. Desde que la ex diputada cupera tomó las de Villadiego, Pirineos y Alpes mediante, cuesta averiguar si acaba de quitarse o de ponerse una máscara; si la verdadera Anna es la antisistema con aire batasuno que engatusaba al electorado más radical de la izquierda catalana con soflamas independentistas o la señorita que ha aparecido en Ginebra enfundada en una nueva envoltura de niña buena.

Todo sea por no alterar la compostura suiza, tan capitalista y tan aburrida. Cualquier cosa por confraternizar con esos tristes helvéticos que, a cambio de evadirse un poco de su melancolía endémica, parecen dispuestos a solidarizarse con esa chica huida a orillas del lago Leman. La pobre, que sólo trata de eludir la acción de la politizada justicia española y, de paso, poner a caldo a un estado represor que pretende exigirle responsabilidades penales sin garantía de un juicio justo. Y todo por cuatro naderías: participar en un intento de golpe de estado, incitar a la proclamación de una república catalana, colaborar en la promoción de un referéndum ilegal, desoír los requerimientos de los tribunales...

Tiempo al tiempo. Si hay que hacer caso a Chesterton, a algunos hombres (y mujeres, claro) los disfraces no los camuflan, sino que los revelan. Lo complicado es discernir cuál es el aspecto natural y cuál el impostado. Aunque cabría pensar que, concluido el carnaval, el tiempo presente muestra los rostros verdaderos de cada cual, siempre quedan personajes públicos instalados en unas carnestolendas continuas. Para ellos no hay mejor cara que la que de los antifaces con los que consiguen sostenerse subidos al machito. De tal manera que el ciudadano que no quiera ser estafado está obligado a andar ojo avizor, siempre en guardia.

Menos mal que, en la siempre complicada tarea de levantar trampantojos, la administración de Justicia sigue siendo un instrumento eficacísimo. No sólo con Anna Gabriel o con los restantes secuaces de la causa independentista que o bien han huido o se encuentran en prisión o, acobardados, argumentan ante los jueces que todo era una broma sin efectos jurídicos y que la declaración de independencia que votaron en el Parlamento de Cataluña era poco menos que un inocente entretenimiento para justificar sus golosos salarios. Los hechos, sobre todo cuando son contemplados en sede judicial, cobran una dimensión singularmente veraz.

En clave regional, también los tribunales han ayudado a levantar algunas máscaras. Baste un caso de este mismo miércoles, sin necesidad de remontarse más en el pasado. El acuerdo por el que Rioja Salud admitió la improcedencia del despido de Ignacio Arizti y accedió a indemnizarle -con recursos del común, por supuesto- resulta al menos sospechoso, sin entrar en los acuerdos extrajudiciales que hayan podido alcanzar las partes. Por hacer memoria, resulta que Arizti fue despedido, de forma extrañamente casual, sólo dos días después de que su esposa, Lydia Arrieta, disputara sin éxito la presidencia de la Junta Local del PP de Haro al candidato oficialista, Alberto Olarte. El asunto acabó con una impugnación y la sonora protesta de la derrotada, que denunció irregularidades en el proceso electoral. Llovía sobre mojado, porque el enviado a la oficina de empleo había tenido el desliz de fotografiarse en el Congreso del PP con el equipo que apoyaba a Cuca Gamarra. En la versión del despedido, la causa que llevó a liquidar su relación laboral empezó siendo sindical -desde que se supo que pensaba concurrir en la candidatura de CCOO para el comité de empresa- y pasó a ser política cuando se posicionó a favor de la opción que disputaba el liderazgo del PP riojano al presidente de la Comunidad Autónoma.

El gerente de la Fundación Rioja Salud, Javier Aparicio, rebate los argumentos con crudeza. Desde su punto de vista, es más barato asumir los costes de un despido improcedente que mantener en su puesto a un trabajador que no cumple a satisfacción del empleador. Sucede que el desvinculado ejercía desde hace más de una década como técnico de gestión en el área económica del sistema de salud. Demasiado tiempo para evaluar la capacitación de un empleado. El tiempo y los tiempos, ¡ay!, siempre tan prestos a desenmascarar a los vendedores de cuentos, tal vez ignorantes de lo que ya sentenció para la posteridad Alejandro Dumas: «Por bien hecha que esté la máscara, siempre se llega, con un poco de atención, a distinguirla del rostro».

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