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Se llamaba  Noa

Se llamaba Noa

JULIO ARMAS

Sábado, 9 de diciembre 2017, 23:43

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Noa se levantó al amanecer. Después de pasar un rato en el cuarto de baño, y tras vestirse cómodamente, fue a dar su paseíto diario. No muy largo, menos de una hora. Justo romper a sudar, llegar hasta el quiosco y comprar el periódico. «Buenos días, Jorge. Buenos días, Noa. Sigue sin llover, ¿eh? Nada, no sé qué va a ser esto». De vuelta a casa se metió en la ducha, se vistió con ropa de andar por casa y desayunó. Un desayuno frugal, un poco de pan con chocolate y un té. Por prescripción facultativa poco de todo y de algunas cosas nada. Después de desayunar cogió el periódico y comenzó a ojearlo. De atrás hacia delante lo hacía siempre...

Esa mañana, antes de iniciar su rito, estuvo unos segundos recordando el sanguinolento tono rojizo con el que el amanecer había roto la oscuridad de la noche. Si un pintor lo pinta así le decimos que es un exagerado, pensó. Rojo, rosa, ocre, azul marino casi negro. A ver si llueve. Tenía que llover, o mejor dicho... tendría que llover.

Tras ojear de forma generalizada el contenido del periódico, recompuso las hojas y comenzó su lectura. Parece que lo de Yemen estaba empeorando por momentos. Podría pensarse que algo que estaba así de mal no empeoraría, pero al parecer lo estaba haciendo. Las Naciones Unidas decían que las cifras estaban convirtiendo a Yemen en la mayor emergencia alimentaria del mundo y la Unicef aseguraba que, por causas que podían evitarse, allí moría un niño cada 10 minutos. ¡Qué barbaridad!, diecisiete millones de personas estaban sufriendo verdadera dificultad para encontrar con qué alimentarse y de ellas más de tres millones sufrían desnutrición severa.

Bebió un sorbo de té y, antes de pasar de hoja, pensó que lo único que sabía de Yemen era que estaba por allí abajo, por el cuerno de África y poco más. Es uno de los problemas, se dijo. Está muy lejos... También en Siria las están pasando canutas, pero Siria... para nosotros no llega a ser Mercado Común, pero casi. De Siria a Turquía hay un paseo y de Turquía a Grecia media jornada en barca. ¡Yemen!, ¿quién sabe dónde está Yemen... o Sana... o Aden? Diecisiete millones, decía la noticia, ¡qué barbaridad!, diecisiete millones de personas pasando hambre y por aquí todo dios miramos las cifras... y no decimos ni mu, pensó.

Pasó la hoja y estuvo unos segundos mirando el anuncio de un nuevo modelo de coche. Detrás del anuncio leyó que en Sutherland Springs, en las afueras de la ciudad texana de San Antonio, allí donde están las ruinas del fuerte «El Alamo», un ex soldado había asesinado al menos a 26 personas y herido a otros 30 cuando entró disparando a bocajarro a los feligreses congregados en un oficio religioso... ¡joder!, pues estamos bien...

Y siguió leyendo y se enteró de que en Alemania un enfermero habría matado a más de cien pacientes... y que, en Elda, a una madre que había ido a buscar a su niño de tres años a la puerta de su colegio, su expareja le había metido cinco tiros en la cabeza... y que en Alzira un hombre había degollado a su hija de dos años... y que en la mezquita sufí de Al Rauda el atentado terrorista más mortífero de la historia moderna de Egipto se había cobrado al menos 305 vidas y había herido a 128 personas.

Y fue entonces, cuando mirando por la ventana... vio, extrañado, cómo aquel sobrecogedor cielo del amanecer había comenzado a teñirse de un color negro festoneado en rojo sangre, mientras oía una voz que le decía: Mira, Noa, vas a construir una barca de madera resinosa, haz cuartos en ella, y tapa con brea todas las rendijas de la barca por dentro y por fuera, para que no le entre agua. Haz la barca de estas medidas: ciento treinta y cinco metros de largo, veintidós metros y medio de ancho, y trece metros y medio de alto. Hazla de tres pisos, con una ventana como a medio metro del techo, y con una puerta en uno de los lados...

No entendía nada, pero, mientras acababa su té, con las gafas de cerca en la mano, no dejó de mirar por la ventana. El cielo seguía oscuro, pero ahora, afortunadamente, habían empezado a caer unas gotitas. Ahora sí que parecía que iba a llover en serio. Dejó lo que estaba haciendo y se fue a buscar la madera resinosa que le había dicho la voz. Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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