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El laboratorio

RICARDO ROMANOS

Lunes, 12 de marzo 2018, 00:07

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Huele fatal. La humedad ha hecho musgo en las resquebrajadas y románicas paredes del laboratorio donde se afana día y noche el Doctor Montorostein. Una lámpara de carburo en las últimas ilumina desesperadamente un asiento de piedra, ya gótica. En él se asienta en extraño escorzo una pobre y monstruosa Idea embutida en un cráneo hidrocefálico al que le asoman tornillos y cableado eléctrico que va a conectarse a un gigantesco transformador repleto de chirimbolos emisores de verdosas fosforescencias. Las manos y los gigantescos pies del ominoso ser permanecen sujetos por gruesas y herrumbrosas cadenas a suelo y pared. Complementan la tenebrosa estancia mohosos anaqueles cubiertos de polvo y telarañas donde dormitan antiquísimos papiros con los Presupuestos Generales del Estado de la Cuestión 2018. En el exterior, el ululante viento parece recordar una sardana mientras el Doctor Montorostein se desespera enunciando extraños guarismos sobre una mesa estilo Remordimiento, repleta a su vez de matraces aforados, vasos de precipitados, pipetas, mecheros Bunsen, crisoles, un teléfono y otras chorradas decorativas, inútiles. Un moribundo cirio tinta de ictericia el rostro febril del ecónomo. Se escucha una tosecilla tras las hojas de hierro de una poterna, y después de un denteroso chirrido entra en escena un jorobado Mariano con ojos alucinados. «¡El falaz electoralismo de la oposición ha sacado a mis ancianos a la calle, la marea es incontenible, estamos en otro aprieto, herr doctor, ahora nos vienen con la ocurrencia de que hay que volver a vincular las pensiones al IPC!, ¿cómo lo llevas?». «Mal, Mariano, ahí tienes a mi Idea, y no se me resucita nada de nada, sigo estudiando fórmulas». «El tiempo se agota, Montorostein, los zombis de Podemos están contagiando a nuestra principal bolsa de votantes, están muy afectados y nos la van a armar». «¿Si les subimos 50 centavos a los mayores de 95 tacos tú crees que colará?; además nos ahorramos un pico y total son dos días». «¡¿Sólo dos días nos quedan?!». «A ellos, a ellos, presidente». «Ah, menos mal, ¿y si compensas las pensiones más mierdosas con un pirulí, globos de colorines o pulseras antirreumáticas chinas?; igual así libramos y llegado el momento nos vota alguien». «Mariano, aprovechando todo este instrumental que tengo por aquí, ¿los engañamos hasta que pase la tormenta diciéndoles que ampliamos la exención de tributación del IRPF a los centenarios?; llama a Méndez y a Catalá, que examinen todas las posibilidades mientras me invento una prima fiscal o un algoritmo para salir del paso, y que salgan zumbando a la pista a decir que estoy en ello, estudiando y trabajando incansablemente, y que cuando solucionemos el milagro económico esto va a ser California». «Ay, doctor mío, cuán largo me lo fías, eso ya lo dijo el Guerra, no nombres la bicha que a perro flaco todo se le vuelven garrapatas. Y sin Guindos en el horizonte, ¿qué será de nosotros?». «Pero, hombre de Dios, Mariano, tenemos a Alonso y a los chicos esos para meter caña». «Ay, madre, ¿a que se arrejuntan los de Ciudadanos con el maldito Pedrito Sánchez, los del PNV con UPN y los canarios con la CEOE y nos la montan? Montorostein, ¡que son 9 millones de pensionados!». «A mí me lo vas a decir: a ver cómo le abonamos la indemnización castellonense a Florentino. Mas espera, Mariano, espera: ¡mi monstruosa Idea It's alive! It's alive!». Efectivamente, el ser encadenado bosteza y una mefítica halitosis se expande por el laboratorio fiscal. «¡Qué horror, Montorostein, ¿por qué huele que espanta?». «Es mismamente la propia corrupción cadavérica de mi invento, Mariano y ya perdonarás, pero no tengo pañuelitos perfumados a mano. Y ahora, ¿qué hacemos». «Nada. Esperar».

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