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¡Es tan hermoso!

JULIO ARMAS

Domingo, 3 de diciembre 2017, 00:24

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Me gusta mi idioma, su compleja sencillez, su rotunda claridad. Sin despreciar ningún otro me gusta el castellano, que es el nombre que recibe el español que se habla en Castilla y que se llama así desde que su configuración inicial ensanchó su mestizaje, haciendo que a la barca castellana se le añadiera la canoa caribeña. Ese español que, en su singularidad, es el único de nuestros gentilicios terminado en «ol». Créanme.

«Palabras, palabras, palabras», que decía Hamlet. Amo las palabras, mis palabras. Me gusta usarlas con sensatez, con energía, con dulzura... me gusta retorcerlas, abrazarlas con pasión... sin compasión.

Me gusta recorrer once mil kilómetros, llegar a Bariloche y que allí alguien me reciba en un idioma que es el mío, que es el nuestro, en un idioma crecido de semillas que un día, hace ya más de cinco siglos, un grupo de hombres y mujeres sembraron por aquellas partes sin saber que lo hacían.

¡Qué buen idioma el mío! -nos dejó escrito el Nobel Neruda-, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... nos dejaron las palabras.

¡Qué buen idioma el mío!, digo yo, como don Pablo. Un idioma cargado de palabras vivas, palabras que en «tienda de coloniales», huelen a clavo y a pimienta y al galeón de la China. Palabras que, como «tertulia», se sientan alrededor de la mesa de un casino provinciano para hablar de lo humano y lo divino. Palabras que, como «alabardero», nos trasladan a aquellas tierras de tercios y coseletes donde tanto oro americano enterró nuestro emperador Carlos.

Aquel emperador que decía hablar «...en italiano con los embajadores; en francés con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y en español con Dios». Un emperador que replicó a un Romano Pontífice que se había extrañado de no oírle hablar en su alemán natal, que «No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad». El español, nuestro idioma, ese idioma que como ningún otro, y no es poco portento, escribe lo que dice y lee lo que está escrito.

Decía Carlos Fuentes: «Posiblemente el inglés sea más práctico que el castellano, el alemán más profundo, el francés más elegante, el italiano más gracioso y el ruso más angustioso, pero yo creo profundamente que es la lengua española la que con mayor elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, de la personalidad individual y de su proyección social».

Pero con todo respeto, don Carlos, esta vez disiento de su opinión. ¿Qué es eso de que el inglés es más práctico que el castellano? ¿Es más práctico decir parking que aparcamiento, bol que tazón, o sponsors que patrocinadores? Yo no lo creo. Lo que creo es que son el paisaje y el clima los que hacen al hombre y el hombre el que hace su idioma. Y si no me creen lean cómo José María Pemán, en su magnífica Feria de abril en Jerez, relaciona nacionalidad y lengua: «Hay que ser inglés // pa hacer un negocio // poniéndole a un socio // un parte con veinte palabras medías, // que cada palabra cuesta un dinerá. // «Compro vagón muelle cinco tonelás. // Stop. Urge envío...»// ¡Qué cursilería! // En Andalucía //con veinte palabras no hay ni pa empezá».

Defendamos al español. Es nuestra lengua y nuestra historia, y además, y por si todo lo anterior fuera poco... ¡es tan hermoso! Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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