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Hablando claro

MARÍA ANTONIA SAN FELIPE

Viernes, 23 de febrero 2018, 00:08

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Fuepronunciada la palabra portavoza en el Congreso y prendió la polémica en un país que adora discutir con pasión más que reivindicar con energía. Nos gustan las trincheras dialécticas, enseguida marcamos la línea divisoria: a favor o en contra. Odiamos las medias tintas. Al tiempo que los diccionarios de la Real Academia eran esgrimidos como arma y también como argumento el calendario y la prensa recordaban a alguien a quien mucho debe la democracia y, especialmente, las mujeres.

Hace 130 años, el 12 de febrero de 1888, nació en el barrio de Maravillas (hoy Malasaña), Clara Campoamor, la abanderada del voto femenino. Alzó su voz nítida y no se rindió. Desde su escaño en el Congreso (no podía votar pero sí ser elegida) consiguió para las mujeres algo intrínseco al concepto de ciudadanía, el derecho al voto. La Campoamor tuvo que escuchar muchas bromas de mal gusto y aguantar infinitos desaires. Los detractores argumentaron que el voto de la mujer llevaría la perturbación a los hogares. El doctor Novoa Santos, de la Federación Republicana Gallega, habló de la incapacidad natural de su carácter ya que, «el histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer» y otro, buscando la carcajada fácil, exclamó: ¡Ellas ya se manifiestan en las procesiones! Finalmente, el 1 de octubre de 1931, lo logró. Muchos partidos se dividieron en el voto. Destaca la posición contraria de la otra parlamentaria, Victoria Kent, que no dudaba de la capacidad de la mujer sino de la oportunidad de otorgar el derecho en ese momento. En la perspectiva de la historia, Clara llevaba razón. Hoy lo vemos, entonces a ella de poco le sirvió, no fue reelegida.

Tristemente no podremos escuchar la opinión de Clara Campoamor sobre la polémica de las portavozas pero me aventuro a apuntar que estos días se sonríe. Ella ya sabe que para ganar una guerra las mujeres tienen antes que triunfar en mil batallas cotidianas. Hoy académicos y lingüistas nos ilustran sobre la improcedencia del palabro y muchos/as se rasgan las vestiduras. Yo también, a mí me indignan las reacciones de quienes jamás se escandalizaron ante la corrupción que encubrieron y de la que se beneficiaron, me indignan quienes justifican que no es momento de abordar la brecha salarial entre hombres y mujeres, me enfado porque recortan fondos para luchar contra la violencia machista. Me indignan quienes miran para otro lado ante los abusos y guardan silencio ante el crecimiento de la desigualdad. Me enfadan quienes niegan la realidad de la creciente pobreza, el 60% de las víctimas son mujeres y niñas. Hay mucha hipocresía en la polémica.

Afortunadamente el movimiento feminista está renaciendo en todo el mundo, se ha globalizado y fortalecido cuando el establishment pensaba que había muerto. Hay más virulencia contra el feminismo porque resurge desde Hollywood a la Meca (mujeres árabes comienzan a denunciar abusos). Problemas que estaban ocultos y que se padecían en silencio se están visibilizando, se están despertando conciencias en hombres y en mujeres. Hablemos claro, lo importante no es si el palabro portavoza naufraga o triunfa en el diccionario sino comprender que la lucha continúa. Yo fui alcalde cuando las alcaldesas, según el diccionario, eran las mujeres de los alcaldes. Algo hemos progresado pero, creyendo que la meta se había conseguido, muchas mujeres quedaron atrapadas en la propaganda machista. Afortunadamente muchos hombres han pasado a formar parte de la pelea por la igualdad plena de toda la ciudadanía. Sí, Clara, te han entendido y eso también es importante.

Por eso, ni me preocupa ni me sorprende la palabra, ya sea correcta o incorrecta, me asombra que nos despisten con señuelos y sobre todo me duele que nos resignemos, que aceptemos la desigualdad, la discriminación y el abuso con el silencio sumiso de quien ignora su propia realidad. Clara Campoamor no se resignó, no estamos solas como ella, no lo olvidemos.

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