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Gajes del oficio

BERNARDO SÁNCHEZ

Sábado, 14 de julio 2018, 23:37

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A pie de obra de las historias, en la zanja, hay siempre alguien, un sujeto, un propio, un mandado, un práctico, un encargado, uno que sabe dónde está la caja de herramientas, la llave de paso, la del oxígeno, cambiar una bombilla, arreglar un puerta, manejar esto o lo otro; en fin, lo básico. Cómo hacer la cosas, hasta las que se nos antojan más complicadas, imposibles, para la mayoría de los mortales (y voy entrando en tema). Generalmente aparece al final; lo llaman o lo contratan o lo reclutan al final, para que actúe, al final de todo; y el tipo hace su papel; no sabe hasta qué punto categórico e incluso definitivo en lo material y en lo inmaterial; elevando -de una forma involuntaria- lo prosaico hasta una cota simbólica inalcanzable por el curso ordinario de los acontecimientos y por los protagonistas de capítulos anteriores: un peón de la Historia; anónimo pero imprescindible para que las cosas sucedan y se escriban. Que las escriban otros, claro, a veces de una forma épica, inflamada, retórica, falaz; inversamente proporcional a la vulgaridad de sus extremos, cuando no a la obscenidad de los mismos. Como conoce de primera mano el empleado al que le toca, por ejemplo, alicatar las postrimerías y las galas del difunto. Un caso reciente: podemos teorizar acerca de qué fue lo que enterró a Franco, pero sabemos con absoluta certeza quién lo enterró. Eso es incontrovertible. Quién metió bajo tierra al dictador. Y lo clausuró. Físicamente. Mucho antes que lo hiciera el peso de la historia; porque el peso de la historia, con frecuencia, cae mucho más tarde que el peso de la lápida. Y ahora me refiero al hombre que hizo caer todo el peso de la lápida sobre Franco el 23 de noviembre de 1975. Como un gaje del oficio. Lo que nadie había conseguido antes en cuarenta años. Gajes de la tragedia. Española. Enterrar a Franco. Lo ha contado la prensa esta semana, también La Rioja: quien organizó la operativa y albañilería de su entierro a dos metros bajo tierra y quien vio ceñirse la oscuridad -cortante como los ángulos de la lápida- sobre la caja que lo que contenía, que contenía los restos de Franco, fue un funerario, un Manfredi, un José Luis Rodríguez del 75, al que llamaron para un servicio especial. Tienes veintiocho o veintinueve años; eres un funerario con futuro en la profesión (lo tuvo, llegó a ser un directivo nacional en estos asuntos) y recibes una llamada telefónica para que vayas a enterrar a Franco. Sí, sí, me ha oído bien lo que le digo, Abánades -porque se llama Gabino Abánades el hombre-... Tiene que coger usted a una cuadrilla e ir a enterrar a Franco al Valle de los Caídos... Lo que está oyendo... Con cuatro o cinco operarios será suficiente... Ir al Valle de los Caídos, como le digo, eso es... y enterrar al Generalísimo, que se ha muerto; viene en todos los periódicos... Pues mire Abánades -entonces se llamaba mucho por el apellido-, estaríamos hablando de una losa de unos 1500 de kilos,... de piedra blanca de Alpedrete, sí... y la fosa tiene dos metros de profundidad... Parece como si el encargo lo estuviera realizando el propio difunto; pónganle su vocecita y su antebrazo autómata... Ya le advierto, Abánades, que, con seguridad, estará el NO-DO y... Y el joven funerario lo organiza todo para enterrar a Franco, en un hueco de una cripta. Enterrar a Franco, que se dice pronto. Según Abánades «fue fácil» (sic), 'Fácil' enterrar a Franco. ¿Dónde toca hoy, Abánades? Pues un servicio en el Valle de los Caídos, a enterrar a Franco. Gajes del oficio. «Cuatro personas lo hicimos y fue fácil» (sic). Al final, mira, entre cuatro desconocidos enterraron a Franco. No sabemos quienes fueron el resto de la cuadrilla; quizás funcionarios o fosores, o qué se yo; pero aquella mañana de noviembre se levantaron para sellar a Franco. Otra cosa fue sellar el franquismo, pero de ese gas todavía se producirían fugas durante años por entre alguna ranura mal pulida de la losa. Ese ajuste fino, ni el marmolista más profesional. Ahora, con esa misma facilidad, se puede discutir sobre la exhumación de Franco, pero lo que resulta indiscutible es cómo exhumarlo: es como enterrarlo otra vez pero al revés. Lo ha explicado con suma facilidad, claro, con esa facilidad alucinante, de José Luis Rodríguez, el funerario ya jubilado: «Sólo hay que colocar rodillos y tiros de cuerda por debajo del ataúd y elevarlo. Se tardaría una hora. Para esta tarea sólo volverían a necesitarse cuatro personas» (sic). Fácil, pues, otra vez. Si no fuera porque todo lo demás fue y sigue siendo jodidamente difícil. Pero esto es otra Historia. O la misma, pero desde una pared del Valle y de sus auténticos caídos mucho menos accesible. De un oficio de tinieblas.

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