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Coger el toro por las hojas

PIEDAD VALVERDE

Domingo, 15 de abril 2018, 00:47

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A mi bisabuela le decían Trinidad la Coja porque de pequeña sufrió la poliomelitis y tenía una discapacidad tan grande en la pierna que para andar se cogía la rodilla. Esto no le impidió ejercer una profesión: se dedicaba a ir por las casas a peinar a las muchachas, por lo que también era conocida como Trinidad la peinadora. Su defecto físico tampoco le estorbó para casarse y traer al mundo a mi abuela Piedad, en un parto, al parecer, muy difícil por lo que no volvió a quedar embarazada. En la España de primeros del siglo XX, entre las clases bajas era poco frecuente ser hija única; al contrario, las familias eran bastante numerosas, pues se necesitaban muchos brazos para trabajar en el campo. Este hecho significó mucho para mi abuela, que no tuvo que ir a servir, como sus amigas y primas y que le permitió incluso aprender a leer y a escribir. De todas las chicas de su tiempo sólo ella sabía de letras. Por este motivo, desde pequeña la reclamaban para que escribiera o leyera las cartas que venían de América, especialmente de la Argentina. El caso es que ella valoraba especialmente los conocimientos y la ilusión de obtenerlos y lógicamente, se lo transmitió a sus hijos, especialmente a mi madre, que heredó su afán por saber y la misión de escribir cartas a las vecinas. Yo recuerdo, como algo extraordinario, a mi madre en el portal de casa leyendo las hojas blancas que venían de tan lejos, en sobres con los bordes azules y rojos porque habían cruzado el charco. También recuerdo cuando le dictaban las contestaciones. Me fascinaba oír aquellos pequeños trozos de vida en primera persona que siempre comenzaban por «querido hijo o querida hermana me alegraré que a la llegada de esta carta...».

Lo cierto es que cada vez en España quedaban menos analfabetos pero en el barrio en el que viviamos aún era necesario gente como mi madre y mi abuela y hasta yo escribí y leí cartas a alguna vecina. Especialmente a una llamada Carmen que no podía salir de su casa porque su marido era celoso y no le permitía ni pisar el tranco de la calle, ella acababa de tener su segundo hijo y la correspondencia era con su hermana de Alicante. Después del encabezado de rigor me narraba amargamente sus penas con lágrimas en los ojos. Pero no se refería a su marido, ni a los malos tratos que probablemente sufría, sino a su suegra. Relataba cómo ésta la humillaba constantemente porque le compraba trajecitos anticuados a los nietos. Describía aquellos trajes, como digo, con lágrimas de impotencia y estaba segura de que su suegra lo hacía para que todo el mundo pensara que era ella la que tenía tan mal gusto. La verdad es que a mí me daba un poco de risa la situación porque no se quejaba de nada más, y eso que vivía en una cueva sin luz ni agua potable. Cómo no había secreto de confesión yo le revelaba a mi madre aquellas desavenencias y ella compasiva me explicaba que Carmen no tenía otro modo de desahogarse.

Esta pequeña anécdota me viene a la memoria a cuenta de la famosa disputa de una suegra y una nuera que ha dado la vuelta al mundo. Todos se hacen preguntas y se indignan por una solemne tontería pero ningún periodista ni experto se cuestiona por qué el marido e hijo de esas dos señoras enfrentadas es jefe del Estado en un país democrático sin que haya habido un referéndum o por qué ese mismo jefe del Estado, de un país laico, se encuentra en una ceremonia religiosa. Ni por qué a su padre, un jubilado español, la pensión le llega para ir a Arabia Saudí y no a Benidorm con el IMSERSO. Y tampoco he oído a nadie preguntarse por qué el cuñado de ese atribulado Jefe de Estado sigue sin ingresar en la cárcel.

Y hablando de cárcel y de monarquía me surge la curiosidad de si hasta las celdas en las que esperan juicio los políticos catalanes habrá llegado también este conflicto doméstico entre reinas. Imagino que, después de tanto tiempo privados de libertad, no tendrán gana de gastar energía con pequeñeces pero seguro que , visto lo visto, si de algo no se arrepienten es de ser republicanos. Porque, dicho sea de paso, en este país nos ocurre lo mismo que a mi vecina Carmen, que en vez de coger al toro por los cuernos cogemos el rábano por las hojas.

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