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Mª JOSÉ MARTÍNEZ SALAVERRÍA
Martes, 5 de septiembre 2017, 23:57
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Me alojaba en un hotel de Las Ramblas acompañando a un grupo de turistas extranjeros durante el reciente ataque terrorista con furgoneta. La mañana siguiente, nos reunimos en el restaurante del hotel, abrazándonos y felicitándonos por haber salido ilesos y llorando por el horror vivido cuando entraron al comedor dos personas totalmente enfundadas en burkas junto con dos hombres y se sentaron en una mesa. Bajo el burka sólo podíamos verles los ojos, por lo que no sé si eran mujeres u hombres. Clientes del hotel, supuestamente. Era la mañana siguiente a la masacre y el autor seguía huido. Recordemos que en Kabul en 2016 un terrorista disfrazado con burka detonó su cinturón de explosivos matando a 80 personas e hiriendo a más de 200, y en el 2013 otro supuesto terrorista escapó de la policía londinense oculto bajo un burka de mujer.
Me sentí insegura, asustada, y también ofendida por lo que además de un peligro para mi seguridad interpreté como una falta de delicadeza por parte de esas dos personas hacia la cultura de este país, y al momento de alerta máxima que vivíamos.
Espero que el hotel en cuestión considere este grave defecto de seguridad y le sugiero coloque con urgencia y en un lugar visible de su recepción un letrero informando de que no se permite transitar por el hotel ocultando el rostro con cascos, pasamontañas, burkas y prendas similares, norma que es ya ley en edificios oficiales y transporte público, y que cada vez adoptan más comercios privados para mejor seguridad de sus clientes, demostrando así un sentido común muy necesario en los tiempos que corren.
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