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GERARDO VILLAR
Lunes, 21 de agosto 2017, 23:42
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Estamos en una zona donde acogemos a multitud de veraneantes. Y esto es una riqueza, no solo económica, sino también humana por lo que supone el encuentro entre culturas y lenguas. Vienen gentes de otras autonomías y de otros países y nos conocemos, participamos, colaboramos. De aquí surgen las amistades, el trato, las cuadrillas... Y esto ocurre especialmente en los pueblos, donde todo se personaliza, donde no son las grandes masas de la playa.
El verano, sin duda, supone para todos una escuela de convivencia. En la guardería de un pueblo participan niños de 8 o diez localidades y eso echa unas raíces, eso permite aprender a conocerse, a actuar juntos, a crear comunidad. Podríamos declarar las vacaciones en los pueblos como un elemento de educación social. Todos aprendemos de todos, damos y recibimos. Por eso, cuanto más encuentros programemos, más nos enriquecemos. Que los veraneantes cojan no solo el color del sol y los kilos de más que dan nuestras chuletas, sino que se impregnen de nuestras raíces históricas, artísticas, humanas y espirituales. Tenemos mucho que aprender y que enseñar. La sombra de la piscina, el banco en la calle, la terraza del bar nos dan lugar para charlar y comentar la vida vista desde distintos puntos de vista geográficos y humanos.
Y cuando vuelven a sus orígenes, se llevan consigo una experiencia que siempre recordarán ligadas a nuestra tierra y a nuestras pueblos. Es la suerte de tener una universidad de la vida.
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