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LAS SEIS

PÍO GARCÍA - LOCO POR INCORDIAR

Domingo, 25 de diciembre 2016, 23:54

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Escribo esta columnita el domingo 18 de diciembre a las 22.45 horas. Debo hacerlo rápido porque aún tengo que revisar la portada del periódico y la hora de cierre me cae encima, inapelable como una guillotina. Ya me parece escuchar cómo el verdugo va afilando la cuchilla (es un verdugo anónimo, gris y colectivo, un verdugo de polígono industrial, pero igual de sádico e inclemente que los verdugos medievales). Miro entonces el reloj y me doy cuenta de ya pasan cinco horas de las seis de la tarde. Y encima es domingo. Tal vez debería contarle mi caso a la ministra Báñez, esa curiosa mujer de flequillo pétreo que en la pasada legislatura se lo pasó pipa segando ruidosamente nuestros derechos laborales y en ésta, en cambio, se ha convertido en una ferviente defensora de los obreros y sus conciliaciones.

Dice doña Báñez, nuestra recién adquirida paladina, que las jornadas laborales deben terminar «con carácter general» a las seis de la tarde. Imagino el susto que se habrán llevado los funcionarios de oficinas, que apagan sus ordenadores a la tres de la tarde y adiós muy buenas. Imagino también el gesto sardónico, como de dónde vas muchacha, que habrán puesto comerciantes, médicos, camareros, cocineros, enfermeras, cajeras, taxistas y demás oficios (como el mío) que sufren horarios imposibles o abiertamente criminales, pero de difícil regulación.

Dice doña Báñez cosas bonitas y apetecibles sobre las que, ay, no tiene poder alguno (¿no es eso, querida mía, una ladina forma de populismo?) en un país en el que algunos empresarios siguen echando a sus trabajadoras porque cometen el lúbrico error de quedarse preñadas. Menos mal que el Gobierno ha extendido el permiso de paternidad. Ahora sólo falta que los padres se lo cojan y no piensen en el qué dirán (sobre todo, en el qué dirán los jefes).

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