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En la muerte de un hombre de Dios

ÁLVARO DOMINGO ARRIETA

Jueves, 22 de diciembre 2016, 23:43

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Ha muerto un hombre de Dios y de mundo. No estamos ante un personaje de las dimensiones históricas de Juan Pablo II o Teresa de Calcuta. Quizá por eso el ejemplo de Javier Echevarría (prelado del Opus Dei), parece más alcanzable para el común de los mortales. Un hombre de carisma. Con una fuerza evangelizadora sostenida por la coherencia de vida y y un sólido carácter que contagiaba su ilusión de vida a los demás.

A mí me visitó cuando estaba en el hospital con una dolencia grave. Le dije: Si Dios quiere que me quede con esta enfermedad, lo acepto». Javier Echevarría me dio un abrazo de ésos que son de verdad y luego me contestó: «Reza por tu curación».

No fue tanto lo que me dijo, sino cómo me lo dijo. Comunicaba una paz serena con una sólida determinación. Y la certeza de que como cristiano Dios me necesitaba aquí, en la tierra, donde desea la respuesta libre y de amor de aquellos a quienes tanto ama y que se alejan de Él. El tono en que me habló me hizo sentir importante. Esto es algo que he visto ratificado por todos los que hablaban con él.

Era una intimidad con Cristo y a la vez arraigada en lo cotidiano, a lo que llenaba de un valor único y trascendente. Eso es lo que daba una fuerza arrolladora a sus palabras más sencillas.

Ahora escribirán biografías sobre él. Pero tan sólo recomiendo ver unos cuantos vídeos que seguro que habrá por Internet. Tan sólo para ver un ejemplo de cómo ser feliz en la tierra con la fuerza del cielo. Lo que él enseñó es que todos podemos alcanzarlo.

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