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El fantasma de las navidades

«Incluso habiendo jurado o prometido cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, terminan aplicando la popularmente denominada ley del embudo»

CIPRIANO JIMENO JODRA

Jueves, 15 de diciembre 2016, 11:47

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No se trata, señor Director, del título de un cuento navideño. Se trata de un kafkiano artículo de la señora Caño Montejo ('Escándalo público', 16.11.2016), en el que hace referencia a los «fantasmas navideños».

Comienza indicando que «la insolencia campa a sus anchas en nuestra nación», aunque yo añadiría que también la corrupción sistémica en sus diversas formas; la osadía y la prepotencia son monedas de cambio, especialmente por quienes se creen únicos depositarios de la verdad, para los que todavía no han entendido que la fe en el mensaje de Jesús de Nazaret se propone, no se impone, y se transmite, de forma prioritaria, por el testimonio personal.

Habla de unos «delincuentes (que) al ser descubiertos o denunciados se enfrentan a la autoridad pertinente sacando pecho» (sic). Y remata tan extraño aserto diciendo que «estas actitudes son esencialmente anarquistas y por ello particularmente dañinas para los más indefensos, porque nada ampara tanto los abusos de ricos y poderosos infames como la impunidad que propicia la ausencia de una ley justa, imparcial e indefectible». A mi juicio, por el contrario, la impunidad, en general, no viene dada tanto por la ausencia de una ley justa sino que tal impunidad viene generada cuando por los detentadores del poder se hace una interpretación torticera y caciquil de la ley, imponen su cumplimiento estricto a los demás, especialmente a los discrepantes -disidentes- y a los socialmente más vulnerables, mientras que ellos, los poderosos/caciques, eluden sus efectos. Incluso habiendo jurado o prometido cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, terminan aplicando la popularmente denominada ley del embudo.

Afirma la señora Caño que «muchos diputados españoles están instalados en el escándalo público. por el pésimo ejemplo que transmiten con sus declaraciones, actitudes y declaraciones». Mi primera reflexión-pregunta a hacerle a la autora sería: ¿y por qué sólo «muchos» diputados están instalados en el escándalo público y otros muchos políticos, por ejemplo los senadores, no lo están? En cualquier caso, muchos políticos se hallan «instalados en el escándalo público» no sólo por lo indicado por la señora Caño, sino, sobre todo y en primer lugar, por sus obras, porque, como suele decirse, «por sus obras los conoceréis». Y sus obras vienen incardinadas en la corrupción, el enchufismo, el beneficio personal, etc.

Y por fin, la pregunta al final del artículo -«¿qué podemos hacer los ciudadanos preocupados por la falta de decencia y valía personal que demuestran muchos dirigentes?»-, tiene una muy fácil contestación: no votarles, no dejarnos seducir por su huera palabrería ni aprovecharnos de sus trapacerías. Y, en su caso, denunciarlos.

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