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La bolsa de manualidades

TERESA VIEJO. PERIODISTA Y ESCRITORA (LA FIRMA INVITADA)

Lunes, 6 de noviembre 2017, 23:37

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De niña, con las cartulinas de colores de la bolsa de manualidades del colegio creaba artilugios imposibles. Un año la bolsa desapareció. Recuerdo que solía dejarla en el cajón de una librería a la que hoy desecharía cualquier chamarilero, pero que entonces me parecía el mueble más suntuoso de la casa donde crecí. Se había esfumado, no estaba allí; tampoco en clase.

El sentimiento de pérdida fue lacerante. Me sentía culpable y su reposición representaba un roto para la apurada economía familiar. Además, ¿qué haría en pretecnología, esa asignatura que solo conocemos los que cursamos EGB? «Hablar -sugirió la profesora a mi madre-. Al fin y al cabo no deja de hacerlo desde que cruza la puerta». «¿Hablar?», mi madre me zarandeó como si me tocara espabilar a la fuerza y las dos mujeres repitieron convencidas. «Pues que hable». Así terminé presentando el primer y único Telediario de mi biografía.

Haciendo memoria reconozco el bullir de los nervios y el placer de saborear un puñado de palabras prestadas, como parte de una cadena que empieza en lo que sucede y termina en quien lo discierne. Tú eres solo un eslabón. Habrá un día, eso sí, donde quizá ambiciones la autoría del relato y saltes la verja del jardín para chapotear en la narrativa, pero esa es otra historia. La de entonces se llamaba periodismo.

Comprender que lo que realizaba Rosa María Mateo en la tele, leyendo frases redondas con entonación de actriz, era una profesión como Dios manda -aunque endiablada- no fue inmediato, pero aprecié el veneno de la vocación. La epifanía de discernir hacía donde dirigir tus pasos te alcanza más tarde. No obstante a partir de aquel 'telediario' dejé de sonrojarme cada vez que hablaba sola contando a mis amigos invisibles lo que sucedía.

Así empecé a familiarizarme con un oficio cuyo afán no es otro que mirar más lejos de lo que se ve a simple vista. Una vez sumergida en él toca acostumbrarse a una loca carrera a cualquier parte porque el periodismo es azaroso. Mucho. También inesperado, voluble, de naturaleza perspicaz. Infiel y con una perversa tendencia a la traición. Y para colmo sobrevive en la UCI con una salud pésima. Pero de él no puedes marcharte, sea o no un buen lugar para echar raíces.

Forma parte de esa mirada oblicua que pasea por el paisaje fronterizo. Salta del nervio de la palabra hablada al reposo de la escrita y se come las fronteras, mal que le pese a los puristas de los géneros.

En tiempos donde los años duran una semana, tu memoria es el disco duro del portátil y las fuentes pasan demasiadas veces por Wikipedia, quince años representan un logro para una generación de periodistas guerreando con la profesión y con la vida. Ambas dejan un saldo agridulce, pero ni de una ni de otra se sale cuando se desea, ya que solo lo decide el pulso de la sangre en las venas.

Por cierto, para mi suerte la bolsa de manualidades nunca apareció.





Creemos en la utilidad social del periodismo y en la pluralidad de opiniones. Por eso invitamos a escribir en esta columna, que se publicará cada martes en todos los diarios de Vocento, a periodistas y firmas de otros medios

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