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LA BANDERA COMO DISFRAZ

MARCELINO IZQUIERDO EL CRISOL

Sábado, 14 de octubre 2017, 00:22

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Que el fin justifica los medios es el epítome de 'El Príncipe', sin duda lectura de cabecera del independentismo catalán, en vista de lo intrincado de su desleal estrategia. Como avezados prestidigitadores, los nacionalistas saben que «los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven», como sentenció Maquiavelo. Quizás por ello, primero con Mas y ahora con Puigdemont, hacen hincapié en tomar siempre la iniciativa -ilegal, pero iniciativa- y, sobre todo, en escribir su demagógico y falaz relato con letras de oro. Difícil, la verdad, no lo están teniendo, dado que el presidente de todos los españoles da la callada por respuesta parapetándose tras la ley, la justicia o las fuerzas del orden, a las que está dejando a los pies de los caballos por no hacer su trabajo: la política.

Escribe Asimov que «la violencia es el último refugio del incompetente», lo que no se aleja mucho de la definición que propone todo un experto en la materia, el actor Chuck Norris: «La violencia es mi última opción». ¡Quién lo diría! Existe, sin embargo, una regla no escrita pero cargada de ese sentido común al que tantas veces apela Rajoy; un criterio que se aplica a diario en cualquier patio de cualquier colegio y que hasta un niño de cuatro años entiende: El que pega, pierde la razón.

Ninguna bola de cristal, mal que les pese a Aramís Fuster y a la Pitonisa Lola, sabe lo que va a suceder en Cataluña a partir de hoy. Pero es evidente que España en su conjunto, tras 40 años de democracia, sufre síntomas de involución y que las banderas, todas las banderas, no son sino caretas que nos despersonalizan, disfraces impostados que, cuando nos despojamos de ellos, dejan al aire nuestras vergüenzas.

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