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Arréglese usted

FÉLIX CARIÑANOS

Viernes, 2 de marzo 2018, 23:44

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Cómodamente desparramado en mi sofá, los fines de semana me encanta leer los suplementos de la prensa escrita, sobre todo los referidos a sus secciones de moda, tanto las destinadas a ellos como las dedicadas a ellas. Es una de mis pequeñas drogas, como esa de observar los cariñosos e inquietos gestos de un perro cuando su amo entra en un comercio mientras él ha de quedarse fuera.

No contemplo este seguimiento de la moda como una necesidad acuciante sino como un detalle cuidadoso hacia los demás, de manera que se den cuenta de que, al verme tan excelentemente engalanado y acicalado, intento mejorar en ese sentido el mundo de mi alrededor. En una palabra, con mi ejemplo me esfuerzo en dejar a la sociedad mejor ataviada que cuando yo vine a la vida.

Con estas líneas me dirijo igual a las mujeres que a los hombres, aunque acepto desde el inicio que mis palabras competen más bien a mis congéneres masculinos. No es la primera vez que escribo acerca de la actitud sumisa de los varones que observo en las tiendas de ropa, donde adoptan una postura de impaciencia mientras que su señora, su novia, su madre, su hermana juntamente con una prima deciden por ellos ante la atenta y sabia mirada de la dependienta de turno. Cuando asisto a este espectáculo, que se repite siempre que acudo a mercarme un detallito ropero codiciado para mi cuerpo serrano, no puedo evitar una mal disimulada sonrisa y cierta pesadumbre por esta todavía tradicional posición de los caballeros, incluidos los jóvenes. Se lo digo yo, que hice hace años mis pinitos en el mundo de la moda, habiendo desfilado dos veces en las pasarelas de Milán como modelo en la difícil faceta de las corbatas, prenda adorada por las italianas. Pocas veces me he sentido más orgulloso que en mi camerino, haciéndome el nudo de la corbata y en calcetinillos y aventando mis ánimos con el tarareo de «Los ejes de mi carreta» de Yupanqui, pieza musical que me serena sobremanera.

Por ello reiteré estas mis lecturas favoritas el fin de semana pasado. Entre ellas se hallaba esa tan singular que venía a descubrirle a usted que mediante la tecnología espacial puede «lucir tipazo» más o menos en una hora. ¿Por qué mentirle a usted, amable lector? ¿Para qué fingir ante usted, estimada dama? Hube de restregarme los ojos por si estaba soñando, pero no, la calandria del balcón continuaba esparciendo su gorjeos por el barrio y percibí que, por fin, los hombres podrían alcanzar sin el menor esfuerzo y con una buena dosis de aliño lo que a mí tanta dedicación me había costado. Y me alegré entusiásticamente porque, entre tantos problemas que algunos afirman hay en España, pensé que se nos solucionaba de plano a los varones españoles -y a los que no se consideran tales- esa realidad de ser el complemento ideal de nuestra pareja, situación capital en nuestra vida. Claro que para ello yo cuento con una ventaja: mi Maite labora en una tienda de modas en Vitoria, y eso que llevo adelantado. ¿O acaso se creía usted que todo es tan fácil como yo lo he narrado? Pues, como decía aquel, ahora vaya y lo casque.

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