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VENTANA A LA CALLE

Canícula ardiente

RICARDO ROMANOS

Domingo, 25 de junio 2017, 23:55

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Pues ya ve usted, por aquí otra vez. Me fui por las bernabeas. A Madrid. Porque fue el caso que el mismo día del santo Patrón las gentes del Centro Vareia de Asprodema presentaban en el Teatro Real de la Corte, como ya sabrá usted por estas páginas y otras nacionales y extranjeras, tres minutitos de la que será una ópera deliciosa, maravillosa, ¡milagrosa!, en su estreno en el Teatro Bretón logroñés el próximo 2 de diciembre. Y no nos podíamos perder tan asombroso portento. Nos fuimos en un , que no iba a ser un sino un porque ese mismo día estrenábamos aquí la rebaja que nos corresponde por agachacabezas, pero al fin fue un porque al se le había escachifollado un muelle. O algo, así nos van las cosas y lo que te rondaré. Madrid ardía, pero daba igual, está estupenda. Aunque los decoradores de exteriores de la señora de Aznar se empeñaran en cementar plazas y plazoletas, quitar bancos, desmochar parterres y talar árboles. Y eso que fue otro Botella, todo un rey, Pepe «El Plazuelas I», quien llenó Madrid de sombra y frescor ante la ardiente canícula. Los asprodémicos estuvieron gloriosos, y vaya aquí mi corazón para quienes hacen posible tanta y tan divertida belleza. Así que salimos del Real tan frescos y optimistas, tan encantados por lo visto y oído que todo lo que nos ocurrió después fue para darle a usted más envidia que a la de Zarzosa. Había salido de Logroño más alegre que unas pascuas, también porque este año las insignias de San Bernabé, tan gustosas y ciudadanas, habían ido a parar además de a Félix Revuelta y Javier Gracia, a las hermanas Dulín, a quienes tengo el afecto y la confianza del vecino de siempre y del cliente satisfecho, como mis bisabuelos y abuelos a los suyos, pues también calaban chapeos en tienda tan preciosa. Y a Paco Marín, ese canalla bicicletero y sindicalista que lleva dando cara y corazón por la justicia social desde que vino al mundo. Y es que a Paco lo conozco y quiero desde siempre, y ya era hora de que a un rojeras de ley le reconocieran su entrega, su brega limpia y generosa, esa su música. Allí, en un Madrid repleto de achicharrados turistas japoneses me enteré de que una fémina protestó de vivísima voz ante las palabras de Paco, que son las mías, porque no le pareció oportuna la dedicatoria de la insignia «a los 240 fusilados por la dictadura en Logroño», especialmente a cuatro trabajadoras y a Basilio Gurrea, dignísimo alcalde de nuestra ciudad fusilado por Mola en el 36. Mola, aquel asesino en serie, se decía su amigo mientras el doctor Gurrea le arreglaba la boca en su clínica odontológica. «¡¡No procede todo esto!!», dicen que se dijo la señora. ¿Que no? Pues, ¿qué mejor lugar y más oportuno que el Ayuntamiento para rememorar a nuestros alcaldes y vecinos masacrados por la barbarie terrorista, señora? ¡Salud, Paco, y olé tus huevos! Lamenté, y lamento, que algunos ediles y concejalas peperas no aplaudieran a Marín. ¿A santo de qué se retrataron para salir tan destemplados en la foto? En fin. Planeaba por los madriles la moción de censura. Pero tras el lánguido vuelo caía en saco roto. Mejor una cervecita con limón y un bocata de calamares. En fin, como vienen las lluvias le dejo a usted esta seguidilla cervantina: «El agua de por San Juan quita vino y no da pan. Por la canícula ardiente está la cólera a punto; pero, pasando aquel punto, menos activa se siente. Y así, el que dice no miente, que las riñas por San Juan todo el año paz nos dan». Que así sea, amen. Enhorabuena, asprodémicos e insignidos. Y ya sabe usted, ante el chorreo calorífico que nos espera, botijito y pay-pay, como les ha recomendado el consejero de Sanidad madrileño, Rafael Sánchez Marcos, a los colegios de su Comunidad para combatir golpes de calor, lipotimias y desvanecimientos: Coge un folio, dobla, dobla, y ya tienes el abanico, que no todo ha de ser el lujo impagable del aire acondicionado al precio que se nos ha puesto el recibo de la luz. A qué reñir, a qué discutir. Aquí paz y después gloria. Llover, lloverá. Y mientras no nos caigan pedregadas.

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