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De Hipercor a Londres

A mediados de los ochenta la banda terrorista ETA atentaba contra lo que llamaba «intereses franceses»

JOSÉ MARÍA CALLEJA

Viernes, 16 de junio 2017, 00:22

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Ahora que los familiares de Ignacio Echeverría dan un ejemplo de calidad humana a la altura del asesinado, dispuesto a evitar la muerte de una mujer a la que no conocía poniendo en riesgo su vida, ahora que Londres pierde el control por el asesinato de ocho civiles, conviene recordar que este mes se cumplen treinta años de la matanza de Hipercor. 21 asesinados, 45 heridos, todos civiles. 19 de junio de 1987, Barcelona.

El entonces miembro de la mesa nacional de Herri Batasuna, Iñaki Esnaola, comentaba entre risas el cabreo que tenía Txema Montero, también batasuno, por el atentado de Hipercor. Montero decía, ni atisbo de reproche ético, que le hubiera costado una llamada saber que aquellos grandes almacenes no eran franceses. La referencia, casi arqueológica para el lector de hoy, tiene especial interés para desvelar lo que fue la maquinaria criminal que durante más de cuarenta años sembró de odio, muerte y miedo Euskadi y el resto de España. En aquella época, mediados ochenta, la banda terrorista ETA atentaba contra lo que llamaba «intereses franceses». Francia había decidido entregar etarras a España, clausurar lo que durante años fue el denominado 'santuario' de los criminales, que actuaban impunemente en Francia: lo mismo para cobrar la extorsión reaccionaria que para dormitar entre crimen y crimen. Los etarras eran entregados en masa a España y ETA reaccionó poniendo bombas a concesionarios de coches franceses, a marcas de bebidas francesas, aunque fuera pacharán navarro, y a grandes almacenes que creían franceses, aunque fueran inequívocamente españoles, como El Corte Inglés, propietaria de Hipercor.

La orfebrería terrorista preparó para la ocasión un coche con 27 kilos de amonal, 200 litros de líquido incendiario y, en un adorno criminal barroco, le puso a aquello pegamento y escamas de jabón, para que la bomba se pegaran a cañón a la piel y dejara huella indeleble incluso en los supervivientes. Un sábado, a las cuatro de la tarde, la gente haciendo las compras de la semana; un sábado, paseando por la noche por el puente de Londres, disfrutando en una zona de bares. La bomba fue matanza y los etarras, en su línea, echaron la culpa a los demás. 21 asesinados, 45 heridos. Población civil. La estupidez del salto cualitativo en los análisis, como si hubiera cualidades en los criminales, y el resultado: HB jamás volvió a tener los resultados electorales de los que gozaba en las europeas en aquella parte de España. Tiempos del «castígales con tu voto», para convocar al tam-tam etarra.

No había en los batasunos de entonces la más leve empatía con las víctimas, qué decir de su nula condena o de su inexistente reproche moral por los crímenes, Otegui incluido. Al asesinar le decían «dar».

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