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¿Progresistas o 'regresistas'?

La palabra progresista (de progre) va perdiendo credibilidad, brillo y glamur

JUAN CARLOS VILORIA @J_CVILORIA

Domingo, 28 de mayo 2017, 23:58

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El escritor y ensayista Salman Rushdie, profundo observador de la sociedad actual, afirma que hay una izquierda 'regresista' que se ha convertido en algo tan nefasto como la derecha de antaño. El contexto en que Rushdie esgrime este argumento es el de la actitud favorable de esos sectores, nominalmente progresistas, al multiculturalismo, lo que les acaba arrastrando a la defensa de principios hostiles al liberalismo y la tolerancia. El autor de 'Los versos satánicos' llega por el camino de la contraposición entre fanatismo religioso y sociedades abiertas a cuestionar el estereotipo que entre nosotros simplifica la vida política en dos polos: progres y fachas. En el discurso de la izquierda, tanto la institucional como la que coquetea con romper el sistema, la palabra mágica, la idea fuerza, el comodín que sintetiza la presunta calidad humana de sus adscritos y los propósitos solidarios que incluye, es: «Progresista».

Por resumir. Si uno se afirma como «progresista» desde el atril o el escenario, aunque luego cante La Internacional con el puño en alto, el público le reconocerá instantáneamente como: moderno y solidario. Pero resulta que cada vez aparecen más banderas en manos del progresismo que apuntan precisamente en la dirección contraria. Como por ejemplo el rechazo a la globalización, la desconfianza de la iniciativa privada a favor de lo público o el recelo respecto a la democracia representativa. ¿Esto es lo moderno? Más bien parece un rumbo de colisión con el pasado. La palabra progresista, es cierto, que va perdiendo brillo y glamur; incluso credibilidad.

Pero todavía es un potente reclamo como un letrero de neón que condena a sus antagonistas a la oscuridad y las sombras. Todos los intentos de definir posiciones liberales, de centro, o de centro derecha como sinónimos de acción política moderna, solidaria, desinteresada; con algún concepto equivalente al progresismo han fracasado. Incluso el nacionalismo que después de dos devastadoras guerras europeas, genocidios varios y teorías sobre la raza rozando la xenofobia conoció sus peores momentos como corriente política, ahora está nuevamente repuntando. Hasta la izquierda merodea atraída por sus teorías antidemocráticas sobre el derecho a decidir y se deja atrapar en terrenos de consultas, referéndums o nacionalismos culturales.

Sorprendentemente el nacionalismo entre nosotros tiene mejor imagen que el liberalismo o la propia derecha europea. Salman Rushdie atribuye esta deriva regresiva a que vivimos una época de cobardía y apaciguamiento que resulta atractiva para grupos sociales poco informados. Pero el regresismo de izquierdas en nuestro país tiene el terreno abonado para que su supuesta superioridad moral resista las pruebas en contra de la realidad diaria. La banalización de lo complejo que tiende a resumir la vida múltiple en un solo titular lo facilita y es el pan nuestro de cada día.

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