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Le grand chambardement

ENRIQUE VÁZQUEZ

Martes, 23 de mayo 2017, 23:53

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A decir verdad el marco político y social creado por la elección presidencial en Francia y lo que ha seguido es el clásico escenario productor de las muy útiles lecciones varias, didáctico en extremo y prueba de que, de nuevo y según una constatación que halaga a los franceses, da cumplimiento a una tradición avalada por el tiempo: el país siempre será una especie de vanguardia donde se inventen, se prueben o se descalifiquen los experimentos políticos.

A esa condición puede añadirse que esta vez también se ha producido un grand chambardement (algo así como el gran follón, o jaleo o confusión...), un espectáculo sin parangón para observadores políticos y una delicia. Por ejemplo, se ha visto a Manuel Valls, ministro del Interior y primer ministro de gobiernos socialistas con François Hollande, proceder a toda marcha a un cambio de camisa y autopresentarse como seguro candidato a diputado por el nuevo orden, el del victorioso Enmanuel Macron... y ser cortésmente rechazado. Eso no pasa todos los días. O ver al impávido Bruno Le Maire, ministro con Los Republicanos, la derecha de Nicolas Sarkozy, promoverse como preparado para entrar en la nueva crème incluso sin darse de baja de su partido y recibir una educada negativa construida desde el principio de que el nuevo partido de Monsieur le President, «no tiene la intención de reciclar a los políticos salientes».

Un trato algo más educado recibió el omnipresente François Bayrou, quien dijo al nuevo líder que él y su veterano Movimiento Demócrata debían recibir del orden de la cuarta parte de los diputados que la nueva mayoría de centro-derecha alcance en las elecciones legislativas de junio... porque según sus cálculos el fuerte incremento que conoció la candidatura inesperada de Macron se debió al anuncio de que él pediría a sus huestes el voto para la estrella emergente.

En la izquierda el panorama es también entretenido: el gran disidente socialista, Jean Luc Mélenchon, claro beneficiario de la elección presidencial, ha resuelto que nada tiene que acordar con el veterano PC, hoy en vía casi muerta, y ha roto la negociación, más aparente y formal que real, entre las partes. La explicación: su cuarto puesto de la primera vuelta, con un 19,6% es un éxito y le acredita como receptor de una base social reclutada principalmente entre los desertores de un Partido Socialista que bordea la irrelevancia (6,36% del voto). Y, entre tanto, el candidato socialista, Benoît Hamon, anuncia nada menos que «lanzará su propio movimiento político». Todo el mundo, ya se ve, intenta reubicarse de la mejor manera posible en un escenario literalmente irreconocible y de paso ofrecer algunas pistas, dibujar sus aspiraciones y presentar a sus actores en las legislativas previstas para los días 11 y 18 de junio.

Entendida sin exageración como un genuino antes y después en la vida de la V República, fundada por el general de Gaulle por medio de la Constitución de 1958 (cuya revisión nadie pide, lo que significa que es útil y longeva a la vez) la elección de Enmanuel Macron está pasando ya a las antologías de los inesperados procesos de cambio político democrático, pero también se sugiere como una lección social a la altura del tiempo nuevo, a través de imágenes, de inmediatez, de participación masiva del público vía medios digitales que, además si no principalmente, hacen hoy posible la creación de un líder político y su venta al público en el mercado libérrimo de Internet. En esta dimensión, y a falta de evaluaciones por especialistas de los procesos electorales, todo permite creer que la elección presidencial francesa ha sido tan digital y peleada en la nube como lo fue la presidencial norteamericana de octubre pasado que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca.

En este contexto electoral y social, se puede hablar del sobrevenido fin del bipartidismo de hecho (derecha-izquierda con un centro que siempre ha sido auxiliar, ocasional o testimonial), una novedad extraordinaria potencialmente portadora de otras, entre las cuales no es la menor la jubilación de unas cuantas figuras políticas de peso en todas las latitudes... salvo en el campo de Macron, que probablemente sabe ya que, le guste más o menos, deberá convertir su movimiento «La République En Marche!» en un partido convencional, con afiliaciones, carnets, cuotas... y corrientes. En cambio, todavía hoy, se vive otro estado de ánimo y todo parece una operación didáctica: él entiende probar que el viejo y poco edificante sistema de partidos convencionales, con su burocracia, sus arreglos, apaños y compromisos territoriales es algo caduco y superado y apela más a la administración responsable y la dimensión administrativa del gobierno que a la actitud militante técnicamente exigible desde los compromisos ideológicos.

Pero, bien aconsejado, ha tomado muchas precauciones, entre las que destacan el hecho capital de haber reservado los primeros puestos de 428 escaños (sobre un total de 577) para militantes de «En Marche!» y confiar las primeras tareas políticas en este registro a un antiguo socialista, Richard Ferrand, a quien había aprendido a apreciar cuando éste, diputado por Finisterre, le ayudó a planear con éxito un cierto número de medidas de liberalización de la actividad económica. El encuentro sería decisivo y Ferrand, que dejó el PS, como era inevitable, y fue el primer socialista de peso que se dio de baja para ingresar en «En Marche!», se convirtió en jefe del partido en octubre del año pasado y ahora deberá ayudar al nuevo primer ministro, Edouard Philippe, procedente de la derecha agrupada en «Les Républicains» pero claramente en la tendencia moderada y centrista de Alain Juppé, el antiguo jefe de gobierno. Una designación que tiene el aroma de Macron en estado puro y prudente para dar los primeros pasos del fascinante proceso que se abre...

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