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MI BALCÓN

Adiós al licor de nuez

FÉLIX CARIÑANOS

Sábado, 13 de mayo 2017, 00:02

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Pues resulta que hace unas cuantas lunas se dio un garbeo por aquí doña Helada, con mayúscula por sus proporciones. Acaso no se tomó unas vacaciones en Semana Santa y prefirió visitar este mundo campesino cuando las casas rurales estuvieran menos atiborradas. Días después los lamentos se oyen por doquier a causa de los numerosos destrozos. No hay remedio, y mira que la agricultura ha avanzado tanto como el lanzamiento de las faltas a balón parado, pero doña Helada cuela siempre el esférico en la portería labradora porque, entre otras razones, el campo es muy grande.

Durante siglos, los labriegos han recurrido a toda clase de remedios para enfrentarse a esta fortaleza de las escarchas tremendas. Una de ellas consistía en implorar protección de algún santo de la localidad que interviniera en contra de tal desembarco atmosférico, mas quizá no los fieles habían impetrado lo suficiente. Fray Miguel Agustín, de la Orden de San Juan de Jerusalén, publica a principios del siglo XVII una obra en la que deja constancia de distintos remedios que escritores eminentes afirman son prácticos contra esta clase de relentes. Unos aconsejan quemar abundante paja por donde viene el viento, así la nube de humo protegerá las plantas; otros recomiendan plantar en las fincas laurel o habas, ya que estas plantas atraen la catástrofe y las demás se salvan; Plinio el Viejo propone quemar tres cangrejos de mar o de río -han de ser tres, no lo olvide- y colgarlos después de las ramas, parras o vides.

Con el paso de los años, se intentaron soluciones más científicas. El coronel don Diego Navarro Soler, en su estudio sobre las relaciones entre la agricultura y el pronóstico del tiempo, publicado en la segunda mitad del siglo XIX, tras haber citado la quema de paja por los viticultores a fin de producir acumulaciones de humo que eviten el cielo raso, nombra «la brea de hulla, la naftalina, la resina, los betunes y la turba».

La verdad sea dicha, a mí doña Helada me ha abrasado. Concretamente, ha arrasado la única posesión campera que tengo: un nogal, mi nogal. Este año pensaba hacer licor de nuez. No me desmoralizo; otra temporada será. Había planeado pedir una caja de ese fruto a un amigo que trabaja en China en una finca enorme de nogales; sin embargo, como estos días les ha ido tan bien a los vascos por Madrid, voy a pedirle la caja a un conocido que tiene un caserío en Vizcaya, y Santas Pascuas; para eso están los vecinos. Al rico licor de nuez, degustado al ladito de La Rioja, esta Arcadia tan feliz.

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