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Aprender o cobrar

Nunca como hasta ahora la explotación laboral encubierta ha estado tan amparada por el pretexto de la formación

JOSÉ MARÍA ROMERA

Viernes, 12 de mayo 2017, 00:11

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Me pregunto desde cuándo aprender y cobrar se han vuelto procesos incompatibles. Los nuevos usos laborales han creado una franja de edad cada vez más extensa -para muchos la extensión de la juventud y más allá- en la que estos conceptos se superponen y se difuminan, hasta el punto de no saber uno si no le pagan porque se está formando o como castigo a sus ganas de formarse. Dicen que todo viene de la reforma laboral del PP, pero sospecho que este desorden se remonta al tiempo de las discotecas. Cuánto daño ha hecho la disyuntiva «¿estudias o trabajas?», ahora convertida en «¿aprendes o cobras?». O una cosa o la otra, como si fueran conceptos excluyentes. Es palabra de chef. Uno se monta un negocio de comidas y si le va bien y consigue una estrella neumática ya está capacitado para competir con el oráculo. El cocinero de hoy no solo pontifica sobre procesos de cocción y estilos de emplatado sino que en cuanto se le deja es capaz de reformar de un plumazo todo el sistema de formación profesional del país. Sobre todo la etapa final, que es donde encajan sus intereses: la de prácticas. No es fácil distinguir cuándo a uno le guía el afán de enseñar y cuándo busca mano de obra barata, camuflada bajo el siempre embellecedor disfraz de la formación.

Es cierto que muchos aprendices pondrían de su bolsillo por recibir un máster en los fogones que los estrujan, pero la calidad del maestro no justifica el maltrato del alumno. Para que el argumento de Jordi Cruz sonara a limpio sería preciso que los platos elaborados por sus pinches fueran a parar al cubo de la basura y no a las refinadas mesas de su establecimiento cobrados a doblón. La teoría de la formación salta por los aires cuando nos enteramos de que la mayoría de los becarios gratuitos en las altas cocinas acaba en el paro o fuera de la profesión. Para tranquilizarlos les regalan un neologismo que de momento queda bien, pero en cuanto salen al mundo laboral a los 'stagiers' les cargan con otro sambenito más ominoso, el de sobretitulados. Nunca dejamos de aprender. Antes se le llamaba «formación permanente» y ahora la jerga educativa oficial lo denomina «aprendizaje a lo largo de la vida».

De lo que se trata es de ponerse de acuerdo en el punto de ese proceso en el que uno deja de pagar por ello y empieza a percibir un sueldo por su labor productiva. De otro modo los más vocacionales llegarían al retiro sin haber visto una nómina. Pero no pasa solo en los grandes restaurantes. Cada vez es mayor el número de 'stagiers' en diversos campos como la abogacía, los centros de investigación, los talleres mecánicos, la prensa o la misma docencia universitaria. Nunca como ahora la explotación laboral encubierta ha estado tan amparada por el pretexto de la formación. El daño no recae solo en los afectados, sino en una educación encaminada al descrédito porque a este paso nadie querrá estudiar y aprender por miedo a condenarse a no ser pagado jamás.

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