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Macron capitaliza la euforia

La abstención puede jugarle una mala pasada al candidato de En Marche! al considerar que su voto ya es innecesario ante una victoria que se da por cantada

DIEGO CARCEDO

Lunes, 1 de mayo 2017, 23:38

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El triunfo de Emmanuel Macron en la primera ronda de las elecciones francesas, que le coloca en las escaleras del Palacio del Elíseo, ha sido recibido con verdadera euforia entre europeístas, demócratas de todas las ideologías y empresarios y emprendedores temerosos de que el proceso de integración continental sufriese un nuevo descalabro después del 'brexit' y ante la amenaza de los populismos. Las bolsas han subido, el euro se ha revalorizado y muchos gobiernos, seguramente no todos, también es cierto, han respirado tranquilos ante la nueva etapa política que comienza en Francia y de rebote en la UE.

No hay que olvidar que aparte de ser uno de los países pioneros del proyecto europeo, Francia sigue siendo la segunda potencia económica de la Unión después de Alemania y, con Reino Unido fuera, la única con armamento nuclear y asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Aparte de ser también, sin duda alguna, la que con su cultura democrática y ejemplo de libertades más influencia cívica ejerce. Macron, más que probable futuro presidente -con 39 años es el más joven de cuantos se han venido sucediendo- aportará savia nueva a la anquilosada política europea.

Está justificada, por lo tanto, la euforia que su triunfo ha despertado. Para empezar ha vencido el miedo. Ahora toca empezar ya a analizar los aspectos menos positivos de las elecciones. Por tercera vez en quince años, el Frente Nacional, primero con Jean-Marie Le Pen y luego con su hija Marine, compite a la hora del 'balotage' por la Presidencia. Y lo hace cada vez con más votos. Más de siete millones y medio, casi tres millones más que en 2002, secundan su xenofobia, su antieuropeísmo y su identificación con los regímenes nazis y fascistas del siglo pasado. Marine Le Pen ha rebasado la cota del 20% de los sufragios emitidos o, lo que es lo mismo, uno de cada cinco franceses respalda sus propuestas.

Macron, por el contrario, garantiza todo lo que la democracia, Europa y las libertades necesitan preservar. Es inteligente, serio, buen comunicador y llega a la cima de su corta carrera política sin arrastrar sospechas. Tampoco cuenta de partida con enemigos acérrimos entre la clase política, al margen de los lepenistas, aunque ese vacío lo cubrirá pronto. Tanto los republicanos como los socialistas se han apresurado, antes incluso de ponerse a digerir sus fracasos, a brindarle apoyo para la votación definitiva prevista para el día siete.

Muchas veces se escucha, y la experiencia demuestra que es cierto, que las urnas las carga el diablo. Ante la cita del siete el pronóstico no está exento de algunas dudas. Existen temores de que muchos extremistas seguidores de Jean-Luc Mélenchon, que no pidió el voto para Macron, intenten en su desquiciamiento crear el caos votando a quien más puede arrasar con el sistema que ellos desde el lado opuesto también rechazan. La abstención además puede jugarle una mala pasada a Macron, en unos casos por considerar que su voto ya es innecesario ante una victoria que se da por cantada y en otros por simple molicie: en Francia el siete es parte de un puente.

Ante el futuro, la esperanza que despierta Macron tampoco está exenta de dificultades y retos complejos. El primer problema que enfrentará el probable nuevo Presidente es que carece de un partido político sólido. En Marche! es un movimiento improvisado, con una ideología poco definida, apenas con un año de presencia en la vida pública y con escasa implantación en una buena parte del territorio. Para él serán cruciales las elecciones legislativas previstas para junio y de partida va a tener serias dificultades para presentar candidatos propios en muchos de los 500 distritos electorales.

Es evidente que su éxito en las presidenciales va a proporcionarles votantes tanto conservadores como socialistas a sus candidatos. Pero los partidos tradicionales, con implantación en todo el país y todavía con una clientela electoral afianzada, es previsible que consigan una mayoría opositora en las cámaras que va a crearle dificultades. Aunque el sistema francés es presidencialista, y por lo tanto el Parlamento tiene menos poderes, lo normal es que para sacar adelante muchos de sus proyectos tenga que pactar con una oposición poco proclive a dar facilidades al intruso.

Problemas urgentes no van a faltarle. Francia atraviesa una etapa interna difícil, con una economía en crisis, unas estructuras empresariales anquilosadas, una sociedad atemorizada por el terrorismo y unos sindicatos muy reivindicativos que no darán facilidades para las reformas que la situación reclama. La amenaza terrorista, que ya se ha cobrado muchas víctimas y mantiene al país en estado de emergencia, se complica con cerca de diez millones de musulmanes en gran parte mal integrados y muchos en clara rebeldía contra el sistema. La policía tiene fichados a más de quince mil sospechosos de militancia o simpatías yihadistas.

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