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Autobuses

Habría que preguntarse si la moda de los tontobuses no responde al ansia de políticos y catequistas de mantenerse en perpetuo estado de campaña

JOSÉ MARÍA ROMERA

Jueves, 27 de abril 2017, 23:49

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Si nadie lo remedia nuestras calles se llenarán dentro de poco de autobuses portadores de doctrina. Cualquiera que disponga de un poco de dinero para alquilar el vehículo puede pregonar su mensaje a los cuatro vientos sabiendo que además lo verá multiplicado por las redes sociales. Técnicamente podría decirse que un autobús ilustrado equivale a una valla con ruedas, pero su mecánica funciona de manera opuesta. Mientras la valla permanece quieta a la vista de un receptor que pasa ante ella sin detenerse, en el otro caso es el bus el que pasa ante los ojos de un receptor estático o por lo menos lo suficientemente lento de movimientos como para pararse a pensar en lo que está viendo. La valla no suele dejar huella en el lector fugaz; en cambio el autobús queda grabado en su mente y, por lo que se ve, en las polémicas de tertulianos con propensión al enfado.

Los autobuses están de moda, pero no son una novedad. La política siempre ha recurrido a ellos, unas veces para trasladar a los rebaños militantes hasta el polideportivo o la plaza de toros -aquella inolvidable tríada de bus, bocadillo y mitin-, otras para difundir sus eslóganes y los rostros de sus candidatos, y nunca ha ocultado su evidente papel de propaganda rodante. La diferencia con los de HazteOir y Podemos es que a estos de ahora los venden como misiones pedagógicas. Y es ahí donde se abren de par en par las puertas de una controversia que de otro modo no tendría que haberse producido en plena era de la comunicación. ¿Por qué lo llaman pedagogía cuando quieren decir propaganda? El error no es ir de un lado a otro soltando eslóganes simplificadores que incitan al odio o mostrando una serie de caricaturas desiguales que banalizan un fenómeno tan grave como el de la corrupción, sino pretender que esa sea la expresión de un discurso articulado que haga reflexionar al ciudadano. De los cuatro efectos secuenciales atribuidos por la teoría publicitaria clásica a los anuncios mediante las siglas AIDA, los autobuses se quedan a lo sumo en los dos primeros: la A de llamar la Atención y la I de suscitar Interés. Pero rara vez alcanzan a provocar el Deseo y mucho menos a lograr la Acción, es decir: la compra del producto. Llamar a eso pedagogía es tomar al observador por idiota.

Habría que preguntarse si la moda de los tontobuses no responde en realidad al ansia de políticos y de catequistas de cualquier signo por mantenerse en perpetuo estado de campaña, en ese movimiento continuo que le hace creer que avanza aunque no sepa en qué dirección. Es cierto que el autobús que llega a la estación del pueblo siempre ha tenido algo de mágico y de misterioso, como de caravana de circo, aunque una vez detenido resultara casi siempre que no traía más que viajeros somnolientos. Usarlo ahora para aleccionar a la gente revela un vuelo intelectual de muy poca altura.

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