La guerra imaginada
CHAPU APAOLAZA
Miércoles, 12 de abril 2017, 23:44
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CHAPU APAOLAZA
Miércoles, 12 de abril 2017, 23:44
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Somos un monumento a lo arbitrario. Llamamos casa a un planeta preñado de fuego que gira alrededor de su propio eje a una velocidad de 465 metros por segundo y, mientras tanto, anda la gente a vueltas con que Ramón Espinar se ha tomado una Coca Cola. El senador podenco, del que a veces no sé quién es el real y quién la caricatura, pidió con su partido el boicot a la marca de refrescos y después se pidió dos en el comedor. «Si Madrid no produce, en Madrid no se consume», era el lema de su lucha. Yo le entiendo, porque a mí también me cuesta llevar los días sin la ayuda de la cafeína y los lunes no soy persona hasta que no me abro una lata de cerveza fría a las nueve de la noche.
De todas las cumbres que ha coronado el hombre, la más alta es la de su propia subjetividad, la del arbitrio de lo que nos importa durante un momento dado y en el siguiente, no. Es extraña esta manera de escoger el motivo del escándalo. Dice Benjamín Lana que los imperios entran en declive cuando los padres son más tontos que los hijos. Podríamos añadir que se van a pique cuando llama más la atención el ridículo que lo importante. Cuando los partidos políticos piden perdón por beberse una Coca Cola, quizás. ¿Es más sangrante la última boutade de Espinar que las sospechas de que la patronal financiara la campaña del PP de Madrid?
El mundo está en otra historia. De momento, debate acerca de un tuit sobre Carrero Blanco y fantasea con la posibilidad de que España e Inglaterra entren en conflicto a cuenta de Gibraltar. Desde allí se cuestiona si debieran comenzar la invasión entre las dos y las cuatro de la tarde, porque estaremos todos dormidos a esa hora, y desde aquí algunos creemos que sería su hora perfecta, pues es la única franja del día en la que no están borrachos. Es probable que la contienda me pille recogiendo insectos en las Galápagos, pues como el guardiamarina William Blakeney, yo siempre quise ser un soldado naturalista. Yo solo pido que si entramos en combate no hagamos caso a Villeneuve, pero hay quien de momento apuesta por que los españoles dejemos de consumir los manjares ingleses; la cosa es saber cuáles.
Ya no distinguimos entre las guerras imaginadas y las reales. Mientras en Madrid Paloma recién nacida se despierta de la siesta y mira la primavera con asombro desenfocado, en Idlib los cuerpos de los niños gaseados que se retuercen en estertores y un bombero los riega con una manguera para limpiar el gas de su piel. El hospital más cercano les pilla a cien kilómetros de distancia. Ahora los ha bombardeado Al Assad, ahora han atacado un almacén de neurotóxicos -¿Los guardaban los rebeldes protegidos por la población civil?- y Europa ha pedido con toda firmeza no sé qué sobre la impunidad y que se condene tan execrable acción militar, que la abuela fume y, antes que nada, que se investigue quién está detrás, pues aún no se sabe. Ni se sabrá nunca.
Lo que le importa a la gente (Marca Registrada) siempre es relativo, pero tiene que haber un término medio entre que el mundo nos la traiga al pairo y que quedemos como imbéciles.
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