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DESDE EL MIRADOR

Amoralidad

SYLVIA SASTRE

Lunes, 10 de abril 2017, 23:44

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Dice un proverbio napolitano que «el perro muerde siempre a los vagabundos» haciendo referencia, no tanto a la violencia canina, sino a la profunda maldad del ser humano que le impulsa a golpear a los más débiles.

Estos días ha saltado a la prensa la importante operación policial realizada contra la endémica pornografía infantil, deteniendo a más de un centenar de 'personas' a lo largo de nuestro país (algunas en La Rioja) de distinto corte social y, algunas, aparentemente respetables pero que disponían de cientos de miles de archivos con imágenes de situaciones en las que se fuerza a bebés y a niños y niñas de corta edad a todo tipo de vejaciones sexuales, incluso practicando sexo con animales.

No hay palabras para calificar la bajeza y la amoralidad de las almas y las mentes de los seres que, para excitarse y lograr un efímero placer carnal que seguramente son incapaces de conseguir mediante una relación íntima madura, necesitan maltratar a los más débiles que no pueden oponerse a unos actos desconocidos e involuntarios que, además, dejarán en ellos una huella indeleble para toda su vida vejando, en suma, a la más tierna infancia que es el mayor reservorio, riqueza social y esperanza de futuro que tenemos.

La aridez y la maldad de la mente de quienes les fuerzan a ello para conseguir lo que son incapaces por vía natural o para enriquecerse produce, no solo rechazo, sino asco por continuar pareciendo humanos. Demasiada indulgencia hacia una perversión que conduce a destrozar la vida de un niño con prácticas sexuales de innombrable calificación condenándole, además, a vivir con ellas durante toda su vida robándole la infancia y parte de su futura salud mental y bienestar personal; el hecho es, comparativamente, tan vil como el de quitarle la vida.

Si el mundo social es la materialización objetiva del mundo interior del ser humano, de nuestra representación de vida, de nuestros deseos, aspiraciones, virtudes y esperanzas, pone en evidencia que los grandes progresos humanos a conseguir no son los científico-tecnológicos, sino los sociales, psicológicos y, sobretodo, morales.

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