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CARAS, CARETAS Y CAROTAS

La justa medida

JULIO ARMAS

Domingo, 26 de marzo 2017, 00:10

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Amo el castellano, pero no soy chovinista. En mi caso amo lo que es mío, pero no desprecio lo ajeno. Menos la estupidez humana, todo es bueno para el convento. Amo mi idioma, y lo amo incluso cuando, para burlarse de sus fuegos de artificio, un genio como don Miguel de Cervantes escribiera aquello de «.que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».

Y por eso, porque lo amo, es por lo que cuando veo que ocurren cosas como la que voy a contarles, se me ponen los pelos de punta. Leí hace unos días que Convivencia Cívica Catalana, tras realizar un exhaustivo análisis realizado en la Comunidad Autónoma de Cataluña, constató que el ratio de fracaso de los alumnos castellanohablantes es el doble que el de los catalanoparlantes.

El estudio constata además que «los estudiantes castellanohablantes en Cataluña muestran un ratio de fracaso un 50% superior al de los castellanohablantes en Navarra, Aragón o Madrid, autonomías con similar nivel de desarrollo que la catalana» (sic). ¿El motivo?, pues que en Cataluña los estudiantes estudian en su lengua materna.

¿Entienden mi mosqueo?, pero es que hay más, miren esto otro: PIS (Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) pone de relieve que, en Cataluña, entre los repetidores de un curso «hay casi tres veces más castellanohablantes que catalanoparlantes» (sic).

En resumen, que en el sistema educativo catalán se está produciendo una auténtica escabechina de los estudiantes castellanohablantes y por ende una importante fractura y desigualdad educativa. Y el motivo es tan fácil de entender que hasta los responsables de la educación catalana podrían hacerlo. Miren, se lo explico: mientras un estudiante catalanoparlante aprende que «vuit per nou son setanta-dos», un castellanohablante ha de aprender que vuit es ocho, per es por, nou es nueve y que el resultado de su multiplicación además de setenta y dos es setanta-dos. ¿Tan difícil de entender es esto... señores responsables de la Educación Catalana?

No hay que tomarse las cosas tan en serio, ¡hombres de Dios! Esto de los idiomas, como tantas otras cosas, hay que tomarlo en su justa medida. El catalán es un bello idioma y si no que nos lo pregunten a los que hemos leído a Jacint Verdaguer. El castellano lo es también. Pero no hay que ir mucho más allá. A mí con esto me pasa lo mismo que a un buen amigo mío le pasa con los tipos de jamón. Yo prefiero, dice, un kilo de jamón de bellota que medio de serrano. Lo mismo me pasa a mí con esto de los idiomas, yo prefiero que todos hablemos a la perfección tanto el catalán como el castellano que no que hablemos uno bien y otro mal.

Y es que, como siempre, todo depende de cómo tengamos de bien amueblada la cabeza y nos demos cuenta de que un idioma es sólo la lengua de una comunidad de hablantes. Ni más, ni menos. Ni menos, ni más. Les cuento: estábamos en Barcelona, estábamos hablando sobre esto del idioma. Éramos seis personas, cuatro catalanes (que a más del catalán hablaban un castellano correctísimo) y dos castellanohablantes.

Es el mejor idioma del mundo, decía uno de mis amigos catalanes refiriéndose al catalán. El catalán es el colmo de la sencillez, el colmo de la síntesis, facilísimo de aprender, insistía. Julio, ¿sabes cómo se dice en catalán «En qué cabeza cabe un cabo de cuerda»? No. Pues: «En què cap cap un cap de corda». ¿Lo ves?, la misma palabra vale para todo.

Y, además, es un idioma muy antiguo, decía otro de mis anfitriones entre risas, fíjate que hay muchos que dicen que viene del chino, ¿te lo puedes creer?, ¿sabes cómo se dice en catalán «Tengo tanta sangre que a las cinco tengo sueño?» pues fíjate: «Tinc tanta sang que a les cinc tinc son».

Y así siguieron. Y creo yo que ése es el camino... el camino que hará que demos a las cosas el verdadero valor que tienen. Esa justa medida que nos llevará tanto a reírnos de aquello de... «dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante» como de eso que dicen mis amigos catalanes de que el catalán viene del chino.

Y no les aburro más, háganme caso y disfruten del gallego, y del valenciano y del vasco, y del catalán, y del castellano... porque todo es nuestro. Todo forma parte de nuestro patrimonio... de un patrimonio del que, por ahora, no hay que pagar impuestos. Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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