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CARAS, CARETAS Y CAROTAS

Ay, si el abuelo levantara la cabeza

JULIO ARMAS

Domingo, 19 de marzo 2017, 00:00

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No creo yo que se trate de una epidemia, más bien creo que es algo que me está pasando exclusivamente a mí. Y digo esto porque si se tratase de una epidemia seríamos muchos los que andaríamos por las calles con los mismos síntomas y por lo que veo la cosa no es así. Les estoy hablando de las cosas que hay que ver en estos tiempos en los que vivimos. Cosas que a un servidor le parecen curiosas y que al parecer son aceptadas, por el resto del mundo mundial, como si todo fuera de lo más normal del mundo. No las juzgo.

Antes, no sé si lo recordarán, la expresión que se usaba ante un hecho insólito y más o menos provocativo era: «¡Qué barbaridad. si el abuelo levantara la cabeza!», ¿se acuerdan? Hoy, si el pobre abuelo tuviera que levantar la cabeza para ver las cosas tan chocantes que están ocurriendo, seguro estoy que la tendría más tiempo fuera que metida bajo tierra.

Quizás sean rarezas mías pero fíjense qué cosa más chocante. El otro día estaba viendo un poco la «tele», la verdad es que no la veo mucho, tampoco es que sólo vea los documentales de la 2, pero no la veo mucho, era un programa cara al público en el que se invitaba a gente para echar un rato con ellos. Pues bien, a lo que vamos, aparecieron un chico y una chica de la mano y el presentador hizo la introducción diciendo que se trataba de dos hermanastros que vivían como pareja porque habían decidido declarar al mundo su amor en defensa de una libertad de la que todo el mundo debiera poder disfrutar. ¿Y saben lo que pasó?, pues que cuando la parejita de marras entró en el estudio de grabación, el público asistente, en lugar de correrles a gorrazos, les aplaudió. ¡Toma castaña! Y no piensen que esto es un hecho aislado que ocurrió por pura casualidad, no, hoy ya es lo mismo que el visitante sea un trilero, un desaprensivo, un amoral, o un chorizo. la gente les aplaude ¡Ay, si el abuelo levantara la cabeza!

¿Es normal esto? Porque si lo es, no le doy más vueltas, el raro soy yo. Miren, les cuento una cosa que leí hace tiempo. Había un caballero que insistentemente iba detrás de una dama extraordinariamente bella de la que no recibía más que desplantes y negativas, pero el caballero no se cansaba en sus halagos tendentes a alcanzar los favores de su amada. Y fueron tantos sus intentos y tantas sus adulaciones que un buen día ella le dijo que, en un lugar íntimo, estaba dispuesta a caer en sus enamorados brazos. Para lo cual sólo le ponía la única condición de que, todo lo que entre ellos sucediera, debía quedar en el más absoluto de los secretos. ¡Ah no, señora mía!, dicen que le contestó el caballero sorprendido, si usted va a quitarme el placer de contarlo en el Casino, va usted a restarme la mitad del gozo que nuestro encuentro me permitiría, por lo que, si esto ha de ser así, le ruego me dé su permiso para retirarme.

¿Así era esto, abuelo?, pues que usted sepa que hoy, aunque este miedo a que se descubran los amoríos sigue estando más o menos vigente, lo que han cambiado son los actores que representan los roles de temeroso y temido, porque hoy son los caballeros los que tienen miedo de que sus damas salgan en la tele, para regocijo y aplauso general, explicando con toda clase de detalles con quiénes, cuándo y cuántas veces frecuentaron aquellos encuentros íntimos de los que ellas están dispuestas a facilitar plano de posición, audios y cintas de vídeo. y todo ello en diferentes formatos. ¿Que esté bien. que esté mal? No lo sé, pero ¡ay, si el abuelo levantara la cabeza!

Y como estos, y si piensan un poco, verán cómo han ido cambiando muchos de los valores que nuestros antepasados creyeron inalterables y si no, y este es el último ejemplo, pregúntenles a los maestros. Antes los críos en clase hacíamos cualquier barrabasada (de críos) y todo se solucionaba con repetir unas cien veces un ejercicio caligráfico o llevarse puesto a casa un toquecito, entre papo, ceja y oreja. Nada de mayor importancia. Hoy, un maestro con más de treinta años de experiencia dice que, cuando él empezó, los alumnos «obedecían, por miedo, por respeto o lo que fuera» y que esto duró hasta el 1980 o 1985, que fue cuando los alumnos «empezaron a darse cuenta de que no tenían que obedecer y, sobre todo, de que si no obedecían, no pasaba nada» ¡Ay, si el abuelo levantara la cabeza!

Ya acabo, no les molesto más. Como habrán podido comprobar en todas estas líneas no me he atrevido a juzgar si considero correctos o incorrectos todos esos hechos que harían hoy levantar la cabeza a nuestros abuelos. Solo los constato, que los juzguen quienes tengan conocimiento para hacerlo. Hoy en día hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y mucho más con lo que se escribe. Hay ya muchos a los que el blanco les parece negro y el negro. para qué voy a decirles lo que les parece el negro. ¡Ay, si el abuelo levantara la cabeza! Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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