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La cara más cara del San Lorenzo

«La alta montaña y la montaña invernal son un escenario muy exigente, reservado no a una élite pero si a personas familiarizadas con él, experimentadas o capacitadas para evaluar sus riesgos y, si es necesario, para desistir del objetivo»

ÍÑIGO JAUREGUI

Domingo, 12 de marzo 2017, 00:29

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Desde el inicio del año en curso, se han producido dos accidentes mortales en las inmediaciones del pico San Lorenzo con un balance de tres fallecidos. Uno era esquiador y los otros dos, montañeros. No han sido los primeros y, lamentablemente, no serán los últimos. Basta hacer memoria o repasar la hemeroteca para comprobar que, durante las dos últimas décadas, esta clase de accidentes se han sucedido con cierta regularidad provocando un reguero de víctimas. Y nada hace prever que esta tendencia desaparezca en el futuro inmediato.

Las circunstancias en las que se han producido cada uno de estos sucesos no están nada claras. Sus protagonistas jamás podrán explicar qué es lo que falló o cuáles fueron las causas inmediatas que provocaron su caída. Sin embargo, y si nos ceñimos al caso de los montañeros, algo podemos deducir por el equipamiento que llevaban, por el lugar en el que se desarrollaron los hechos y por el conocimiento que tenemos de dicho lugar, la fatídica cara norte del San Lorenzo.

La primera evidencia, el mensaje que debería prevalecer sobre todos los demás, es que ascender o internarse por esta vertiente en invierno, sin camprones y sin piolet es una auténtica temeridad o, directamente, un suicidio. El motivo reside en que todas y cada una de las rutas que surcan esta cara presentan la misma dificultad objetiva o el mismo riego. Un riesgo llamado hielo. Me explico.

La vertiente en la que se han registrado la mayor parte de los accidentes con resultado de muerte está orientada al nor-noroeste que, casualmente, es de donde soplan los vientos dominantes. No importa la cantidad de nieve que caiga o que se acumule en sus laderas, las bajas temperaturas, la altitud, la falta de insolación (provocada por la sombra que proyecta la cumbre) y la exposición a los vientos reinantes la transforman rápidamente en hielo. La suma de estos factores hace que la blandura de la nieve que encontramos en las pistas de la estación o en cotas bajas sea completamente engañosa y desaparezca cuando empezamos a ascender y sobrepasamos Colocobia. A partir de este punto, de la cota 1.800, el hielo comienza a reemplazar a la nieve adueñándose del terreno.

La superficie helada y el aspecto que presenta pueden variar de día en día o de hora en hora en función de las condiciones meteorológicas. Hasta es posible que desaparezca momentáneamente si el sol consigue asomarse por encima de la arista cimera, pero basta un poco de frío nocturno para que, a la mañana siguiente, todo vuelva al punto de partida y el verglás, un hielo fino y transparente, semejante al cristal, cubra las rocas o las pendientes que conducen a la cima.

Aventurarse en esta zona sin crampones, sin uno o dos piolets, sin saber cómo utilizar unos y otros, es como jugar a la ruleta rusa. Podemos confiarnos y seguir progresando durante un tiempo por nieve relativamente blanda. Antes o después, casi sin transición o sin ninguna clase de advertencia, alcanzaremos un punto en el que ésta va a desaparecer súbitamente para dejar paso al hielo. A partir de ahí, la progresión comenzará a ser muy difícil y nuestra vida correrá grave peligro. Las suelas de nuestras botas o raquetas de nieve serán incapaces de hacer mella en el terreno y su adherencia desaparecerá multiplicando las ocasiones de riesgo. Cualquier resbalón, por pequeño que sea, podrá desencadenar la catástrofe. Si tenemos la mala suerte de patinar, perderemos el equilibrio, caeremos al suelo e inmediatamente comenzaremos a deslizarnos pendiente abajo de manera incontrolada a lo largo de 200, 300 o 400 metros. Lo que ocurra a partir de entonces ya no dependerá de nosotros sino de la suerte o, más probablemente, de la cantidad de nieve que cubra las faldas de la montaña. Cuando las nevadas son muy copiosas, las rocas que salpican la cara norte están ocultas y no representan una gran amenaza, pero si no es así, como ha ocurrido con las dos últimas víctimas, se convierten en obstáculos o trampas mortales.

Aunque no resulta fácil establecer un patrón que permita explicar las causas que se ocultan tras este y otros accidentes de montaña, es probable que tras todos ellos existan algunos factores comunes. Factores como la banalización del riesgo, la inexperiencia, el desconocimiento del medio o la filosofía del es decir, la idea de que todos podemos hacer de todo si nos lo proponemos. Desgraciadamente, no es así aunque este lema quede muy bien en un anuncio de ropa deportiva.

La alta montaña o la montaña invernal es un escenario muy exigente, reservado no a una élite pero si a personas familiarizadas con él, personas experimentadas o capacitadas para evaluar sus riesgos y, si es necesario, para desistir del objetivo y volver sobre sus propios pasos.

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