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JOSÉ LUIS PRUSÉN

DE CARACOL A TORTUGA

PPLL

Domingo, 5 de marzo 2017, 00:59

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Con la atención concentrada en la propuesta para desviar el tráfico pesado de la Nacional 232 a la AP-68, la reciente visita del ministro de Fomento a La Rioja dejó relegada a un segundo plano la situación de las conexiones ferroviarias en la región. Íñigo de la Serna dedicó el fin de semana pasado a explicar las mejoras previstas para el transporte por ferrocarril en Guipúzcoa, de la misma forma que hace poco menos de un mes exponía a las autoridades de Navarra las previsiones de su departamento sobre el futuro del tren en esa comunidad.

Aquí, a falta de noticias concretas sobre los planes para dar respuesta a las demandas riojanas en materia ferroviaria, sólo los planteamientos que se formulan a los vecinos permiten aventurar cuál puede ser la esperanza de una tierra que fuentes ministeriales consideran «bien comunicada», a pesar de los pesares.

De partida, hay una premisa que resulta altamente significativa: la expresión «alta velocidad», con la que tanto las autoridades como el pueblo llano se referían hasta no hace mucho al porvenir ferroviario, ha sido desterrada del vocabulario oficial, sea por prudencia o por realismo presupuestario. Por tanto, La Rioja puede ir descartando la principal de las tres opciones que se barajan a la hora de intervenir en las infraestructuras del ferrocarril, que no es otra que la de estar en el curso de una línea de alta velocidad al estilo de las que ya están operativas entre Madrid y Sevilla, Barcelona, Valencia o León.

De las otras dos posibilidades, una pasa por habilitar un tercer raíl en el trazado existente -lo que los técnicos denominan «tercer hilo»-, de manera que puedan circular sobre la misma plataforma tanto trenes adaptados al ancho de vía actual como otros más rápidos construidos con ajuste al ancho europeo, que es el de las líneas de Ave. Si se tienen en cuenta las características del trayecto que discurre por territorio riojano -con un itinerario que apenas ha variado desde mediados del siglo XIX, cuando los convoyes circulaban a velocidades comerciales que difícilmente alcanzaban los 50 kilómetros por hora- el tercer carril carecería de utilidad si no se varía el curso de la vía en algunos tramos. Quedaría, por tanto, la tercera y última alternativa, en orden descendente de inversión, consistente en aplicar mejoras en la línea actual para ganar unos minutos a la conexión con Zaragoza.

La implantación del tercer hilo ha sido ya decidida para el tramo de la Y vasca que discurrirá entre Astigarraga e Irún, pasando por San Sebastián. Sin embargo, más cerca, y en la que representa una determinación decisiva para lo que vaya a suceder en La Rioja, el tramo Zaragoza-Castejón sólo tiene prevista una intervención para mejorar la vía convencional, sin que se haya considerado siquiera la habilitación del tercer raíl.

En consecuencia, y por aquello de lo de las barbas del vecino, convendría ir previniendo un rasurado de los de aúpa. Entre otras cosas porque en el idioma que habla el ministro ya no se entiende de velocidades, sino de «acortar tiempos de viaje». Una periodista madrileña que compartió mesa y mantel con Íñigo de la Serna a principios de enero en una comida de trabajo se mostraba horrorizada -bienvenida al club- después de los dos viajes que ha realizado a La Rioja en lo que va de año. «¿Pues no decía el ministro que estáis bien comunicados?»

Decir, decía, pero otra cosa es cómo se percibe la tozuda realidad cuando toca sufrirla en carne propia. La periodista en cuestión había hecho en avión su primer desplazamiento entre Madrid y Logroño. En poco más de cuarenta minutos se había plantado en la capital riojana. Al día siguiente volvía en tren. El único vuelo de regreso salía a las 7.30 de la mañana y los compromisos laborales que la habían traído a La Rioja no estarían atendidos hasta media tarde. No pudo cumplir su plan porque la combinación que debía abordar, con transbordo en Tudela, fue desbaratada por cuatro copos de nieve que habían caído no se sabe dónde. Opción de emergencia: en autobús, por Soria, con una helada curiosa. Y gracias. Como quiera que Logroño volvió a cruzarse en sus ocupaciones, regresó hace ocho días, esta vez vía Bilbao -avión hasta Loiu y después 150 kilómetros en coche-, gracias a que le esperaba un amigo que podía traerla. Si tiene que enlazar con un transporte público pierde el día completo sin trabajar. Para la vuelta, ya escarmentada, se subió a un turismo y tomó la ruta hacia el foro por Burgos.

A esto se debe referir el ministro de Fomento cuando dice a los riojanos que están bien comunicados. Porque lo que cuenta es «acortar tiempos de viaje». Minuto arriba, minuto abajo. Que es como si un caracol al que se le apareciera el genio de la lámpara acabase convertido en tortuga para dar el cumplimiento a su deseo de ser «mucho más veloz».

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