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Pesimismo desde arriba

En casi todos los países miembros hay algún partido que propugna abandonar la UE y volver a su moneda

DIEGO CARCEDO

Martes, 21 de febrero 2017, 23:52

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El pesimismo en política solo suele ejercerse desde la oposición. Así que muy mal deben estar las cosas en el marco de la UE cuando el propio presidente de la Comisión ve negro su futuro. El luxemburgués Juncker, que llegó al cargo aportando más experiencia que buen ejemplo como primer ministro de su país, a la sazón un paraíso fiscal, ha expresado sus dudas de que los europeos queramos mantenernos juntos.

El presidente del Ejecutivo comunitario hablaba ante los micrófonos de una radio alemana. Y para ratificar sus temores, adelantó que su mandato terminará con la legislatura y no aspirará a la reelección. ¿Tan grave es la situación?, se preguntan muchos ante este reconocimiento público de que el proceso de integración, lejos de avanzar, va mal.

El 'brexit' indudablemente es un golpe fuerte. Por primera vez un país abandona y, además, aunque incómodo como siempre ha sido, un miembro importante. El desenganche definitivo será lento, costoso y perjudicial para los intereses colectivos. Pero es lo que hay. Y lo peor es que hay algún gobierno radical que quiere aprovechar el ejemplo para salirse.

Aparte del 'brexit' y la pérdida de identidad que supuso la ampliación apresurada de algunos sin vocación europeísta, las dificultades que la UE atraviesa se han visto agravadas desde hace tiempo por la presión de los inmigrantes y últimamente de los refugiados de las guerras próximas. La falta de solidaridad colectiva que se está demostrando es un golpe fuerte y no tanto para los gobiernos como para las conciencias.

Por no hablar del terrorismo yihadista, una amenaza que se suma a los problemas y da alas e impunidad en sus argumentos a los partidos xenófobos, ultranacionalistas, antieuropeos y neonazis. En casi todos los países miembros hay algún partido que propugna abandonar la Unión Europea, volver a su moneda y darse el lujo de recuperar su soberanía plena.

Algunos están en los gobiernos, como ocurre en Holanda o Polonia, o son el Gobierno, como en Hungría. Tener al enemigo dentro es mala cosa. El Reino Unido era, sí, un socio incómodo pero en la práctica se comportaba con lealtad. Otros, no. Ante la actitud de algunos, consistente en ponerle palos a las ruedas, el pesimismo de Juncker se entiende.

Con dos agravantes: la amenaza de que los partidos de extrema derecha sigan conquistando parcelas de poder y que un Reino Unido fuera se vuelva en un estímulo para que otros dividan su atención a las oportunidades que la política británica les brinde. A todo habrá que añadir la llegada de Trump. Tener a un antieuropeista ejerciente desde la Casa Blanca no hay duda de que enseguida contará con las simpatías de quienes querrán aprovecharse de su animosidad. La esperanza es que un enemigo común, como es el Trump que conocemos, contribuya a que todos los miembros, o cuando menos los más partidarios de la integración, recuperen la unidad perdida.

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