DESDE EL MIRADOR
Es conocida la incidencia que tienen los avances tecnológicos en el cambio de vida actual, aunque quizás se aborden superficialmente las consecuencias de la interconectividad, beneficiosa a la hora de contactar con profesionales, amigos y allegados porque nos proyecta más allá del condicionante espacio-temporal, pero que en determinados trabajos y estilos de vida supone mantenerse siempre conectado, incluso ocupando el espacio y tiempo personales mas íntimos.
El correo electrónico, y los mensajes que por él navegan, nos llega sin necesidad de acceder a un soporte informático de sobremesa; los smartphones nos los acercan con el 'clin' personalizado de alerta en cualquier lugar y a cualquier hora sincronizándonos incluso con otros continentes de otros usos horarios. Consecuentemente, los mensajes electrónicos profesionales y personales llegan día y noche, y siempre suelen comportar una demanda de alguien que espera una respuesta inmediata fuera de la hora de trabajo o atención regladas. Para muchos supone estar permanentemente disponible y entregarse a dar respuesta a los incesantes correos día y noche, aceptando que el tiempo y espacio laboral varían respecto a los reglamentados en los pertinentes convenios y contratos.
Es curioso cómo adaptamos nuestra vida a ello, aceptándolo, en una era hiperactiva en la que la rapidez de respuesta acaba considerándose como un indicador de eficacia, lo que conlleva que la frontera entre vida personal y profesional se difumine para aquellos que permanecen en su puesto de trabajo largas horas y, además, se mantienen permanentemente conectados incluso festivos y fiestas de guardar para atender y responder a los mails recién llegados; cuestión que colisiona con la conciliación entre vida laboral, personal y familiar, reconsiderando la presencialidad laboral.
España es uno de los países que valora positivamente el amplio presentismo asociándolo a productividad y eficacia, aunque otros lugares tengan criterios discrepantes. Por ejemplo, en Escandinavia está mal considerado quedarse hasta tarde en el trabajo y en los países anglosajones las largas jornadas laborales y la conexión constante son una prueba de ineficacia, desorganización, falta de equilibrio y negligencia hacia la vida personal.
El fenómeno tiene dos caras: podemos estar asistiendo a una reunión decisiva, o con nuestros superiores, o en una clase magistral y atender con el móvil cuestiones personales de diversa índole. También en estos casos la frontera entre lo personal y laboral se difumina y el estar presente no siempre es signo de eficacia si la atención está dirigida a responder o enviar misivas electrónicas.
En suma, si no logramos priorizar y preservar la vida personal, delimitando la accesibilidad personal vía electrónica, tener un e-mail puede dejar de implicar el toque agradable que mostraba la película de Nora Ephron; solo es cuestión de tiempo la aparición de la fobia al correo electrónico o mensajería instantánea, o la ineficacia por conectividad.