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CARAS, CARETAS Y CAROTAS

Frío en el alma

JULIO ARMAS

Domingo, 29 de enero 2017, 00:30

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Es una larga fila de inmigrantes que a lo lejos acaba por perderse entre la niebla. Sigue nevando y hay ya dos cuartas de nieve sobre la senda que lleva a los camiones de reparto. Una ola de frío de origen siberiano ha invadido la isla de Samos, una isla del Egeo, a muy poca distancia de Asia Menor. En ella, y bajo la nieve, cientos de familias, miles de personas, están pagando el precio del cinismo europeo.

Uno de los inmigrantes dice haber oído que el termómetro marca veinte bajo cero. Otro cuenta que en el campamento se habla de que ya han muerto por congelación una docena de personas.

Al primero de la fila que hay detrás del camión de aprovisionamientos, le rellenan su escudilla metálica con un caldo humeante de color rojizo en el que se ven flotar algunos trozos de algo que parece carne. También se le entregan tres, exactamente tres, rebanadas de pan de molde que el hombre guarda en el bolsillo de su chaqueta.

Dejando la fila el hombre va a refugiarse bajo el alero de uno de los garajes donde se guardan los camiones. Allí, en cuclillas, poco a poco empieza a comer de su escudilla. Su mujer, para no dejar solo al hijo, se llevó la suya al filo de la madrugada. El inmigrante, que va embozado en una manta que, cubriéndole los hombros, le cae sobre la frente, para aprovechar el poco calor que la escudilla le cede se la ha colocado sobre el regazo y de vez en cuando, y sin que nadie le vea, mete en el caldo caliente las ateridas yemas de los dedos de su mano derecha.

Una vez ha terminado recupera una de sus rebanadas de pan y la unta y la reúnta en la escudilla, hasta dejarla brillante. Todavía sin abandonar el alero ve cómo dos hombres salen corriendo de la fila adentrándose en el campamento. Luego se entera de que la gruesa capa de nieve que está cayendo ha terminado por hundir tres de las frágiles tiendas en las que se refugiaban siete familias.

Sin dejar el amparo del alero el hombre ve acercarse al garaje a uno de los camiones de abastecimiento. En la caja vacía del camión sólo quedan un palé de madera, algunos plásticos y varias cajas de cartón aplastadas. El inmigrante le pide permiso al chófer para cogerlas, pero éste le dice que afuera hay alguien que está esperando para llevárselas.

Saliendo del garaje, el inmigrante ve que los que esperan son un hombre y un niño. El hombre lleva como todo abrigo un poncho de un plástico color rosa. A su lado un niño de unos cinco o seis años, tapado hasta los ojos con un gorro de lana, lleva una bufanda que le da dos vueltas al cuello y tiembla mientras permanece inmóvil agarrado con su manita al pantalón de su padre.

El inmigrante se acerca al hombre y le pregunta si se va a quedar con todos los restos del embalaje. Tras un rato de conversación y a cambio de una de las rebanadas de pan, llegan entre ellos al acuerdo de repartirse los plásticos. El hombre y el niño necesitan el palé para hacer fuego y los cartones para forrar con ellos las paredes de lona de la tienda.

Con los plásticos enrollados debajo del brazo el inmigrante se dirige a su tienda. Al llegar a ella ve a su mujer que, con el hijo en brazos y a las pobres llamas de una pequeña hoguera, está calentando agua en un calderete de latón. El hombre, quitándose la manta, deja los plásticos en un rincón de la tienda, entrega a su mujer la rebanada de pan que guardaba en su chaqueta y, arrodillándose al lado del fuego, mete las manos en el agua casi hirviendo y luego, sin decir palabra, se lava la cara con ella. Hasta mañana no llegarán los nuevos camiones de aprovisionamientos. Hasta mañana. Otro mañana.

Dos mil quinientos kilómetros al norte y en una ciudad llamada Davos también hay una fila de hombres y mujeres reunidos bajo la misma ola de frío. Estos no son inmigrantes desheredados de la fortuna, estos son parte de los más destacados líderes políticos, economistas, empresarios, académicos y artistas mundiales. A la vista de lo que está pasando en este perro mundo, ellos han decidido también aportar el granito de arena de sus conocimientos en busca de una solución que arregle los problemas del mundo y por eso se han reunido para discutir en profundidad sobre el «Liderazgo responsable y receptivo».

Y es que es verdad, es que, en esta situación en la que estamos, con miles de refugiados malviviendo y mal muriendo, con un Mediterráneo que ya se ha convertido en la fosa común de los desesperanzados, ¿cómo no va a haber reuniones, foros y foritos para hablar del capitalismo y prepararse para la cuarta revolución industrial?. Todo es importante. no lo niego, pero ocurre que algunas cosas además de importantes son urgentes y no hay que confundirlas. No hay que confundirlas. Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.

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