Borrar
OJO DE BUEY

Las campanadas de Martín Nalda

BERNARDO SÁNCHEZ

Domingo, 15 de enero 2017, 00:55

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dependiendo de la hora del pase, cuanto más vencida la tarde mejor, hay un momento en el que la luz de un viejo quinqué proyecta sobre la pared interior de la torre del carillón del Espolón la sombra de su péndulo, oscilando como la varilla un metrónomo. Apostado en el centro de esta sombra, aguardando a que su relato vuelva a revelarse al cabo -nunca mejor dicho- del tiempo, está 'don Andrés'. Con el pretexto de una visita guiada a la maquinaria del reloj, este hombre ha empezado a desplazarnos, con discreción y astucia teatrales, y desde el mismo momento de la recepción, hacia los engranajes de su propia memoria. Don Andrés es Martín Nalda. Una gloria de esta plaza. Y nos encontramos en los primeros instantes de la representación de , una bellísima pieza no ya sólo de microteatro sino de cronoteatro; o de fantasmagoría contrareloj. O de 'teatro por minutos', versión de aquel legendario 'teatro por horas'. Martín y Compañía -Josué Lapeña, María Martínez Losa y Cipriano Lodosa- tienen que encajar en cada función acciones y palabras en veintiséis minutos, ni uno más ni uno menos; exactamente entre cuatro minutos pasada la media y la siguiente entera. Y eso que lo que sucede en medio, abarca poética e históricamente un plazo más amplio y profundo, del cual, la luz del quinqué elige descubrirnos sólo los pasajes clave, dejándonos en la estela del secreto (nada diré de su asunto) y con las ganas de regresar otro día allí arriba a ver si los personajes se nos vuelven a aparecer; por comprobar si es verdad que hemos estado en esa torre viéndolos y escuchándolos en una noche de 1948. Porque cuando don Andrés, un Martín absolutamente conmovedor, perfectamente compuesta su figura, mirando para adentro y controlando con precisión invisible el funcionamiento en tiempo real de la doble maquinaria (la relojera y la teatral), da por acabada -en un corte perfecto- la visita, tienes que pellizcarte para asegurarte que sigues en esa planta de la ciudad. Y prestar atención al caudal del lagrimal. Si hay un espectáculo teatral en el que uno no siente haber perdido ni sólo un segundo de tiempo, que cada milésima está ganada e invertida en emoción pura, es este , que -por cierto, y a quien corresponda- debiera seguir sonando. Yo asistí a un pase entre las 20.34 horas y las 21 horas. A esa hora, desde la torre, alumbrada poco más que como una cueva, oliendo al aceite que engrasa el precioso autómata y con un frío de invierno antiguo, Logroño, varios pisos más abajo, yace enmudecido, muy alejado, tanto como el Logroño de tus padres, como el pitido de los trenes que sonarían poco después en la Estación nueva, más allá del Espolón. Produce un extraño vértigo emocional. No se puede explicar; hay que estar en la torre. Entonces: dan las campanadas de las enteras, a escasos centímetros, retumbándote en el corazón y en el cráneo, machadianas; cierras los ojos por la impresión; los abres y todo, don Andrés y los personajes y todo, se han escamoteado. Bravo. Yo miraba a Martín, pautado por el péndulo basculante y me acordaba, claro, del tiempo que hacía que nos conocíamos, y de cómo no le había dejado de ver hacer teatro desde que lo conozco, en los días -ya también lejanos- de la Escuela de Arte Dramático, cuando jugábamos a Chejov o a Bretón de los Herreros, entre otros. Aquello le dio cuerda para siempre. Inagotable. Martín Nalda, al frente de SAPO producciones desde hace años, no ha parado nunca. No es sólo un actor: es todos los actores. No sólo tiene una compañía teatral: es un establecimiento teatral. No sólo hace teatro: teatraliza todo lo que toca. Te lo encuentras una mañana -pasea mucho- y te teatraliza el día. No sólo hace comedia o tragedia: es un género en sí mismo. Es un repertorio en sí mismo, una temporada en sí mismo, una industria en sí mismo. Todos los personajes en sí mismo. Y no sólo es un profesional: es generoso, agradecido, divertido, dispuesto, colaborador, espectador, paciente. Martín Nalda tiene una inventiva meteórica, un baúl sin fondo, una capacidad de improvisación que te quedas picueto, una simpatía a prueba de bombas, una ironía provincial sin par, una velocidad de transformación a lo Frégoli. Martín Nalda tiene una respuesta teatral para cada minuto del día, de cada día. Y en este , visto en el Actual, ha decantado -con la complicidad de Josué, María y Cipri- una sabiduría y una experiencia de años. Veintiséis minutos que surgen de la morada interior de un poeta todo terreno.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios