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Un vino que no es un vino

Nadie se ha atrevido a romper el sello de cera de la botella más añeja del mundo y probar su contenido, que con toda seguridad será tóxico

JUAN GÓMEZ-JURADO

Domingo, 18 de diciembre 2016, 11:31

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Existe en la ciudad alemana de Pfalz una pieza de arqueología que siempre me ha fascinado. Se trata de una botella de vino hallada en 1867 en unas obras. Excavando para hacer unos cimientos, los obreros encontraron restos de un asentamiento romano que databa al menos del año 300 de nuestra era. Poco había que rescatar de él, salvo dos grandes sarcófagos de piedra, en los cuales se encontraron restos de dieciséis botellas de vino. Y para sorpresa de todos, uno de los recipientes aún se encontraba intacto y sin abrir.

Los arqueólogos han sometido a la Römerwein -que así la llamaron- a toda clase de pruebas desde entonces. En el interior del recipiente, la botella de vino más añeja del mundo, aún queda más de un tercio del líquido. Nadie se ha atrevido a romper el sello de cera del recipiente y probar el vino, que con toda seguridad será tóxico, aunque no lo sabemos ni lo sepamos nunca. Porque para analizar el líquido habría que abrirla, lo cual permitiría la entrada de oxígeno en la botella y alteraría por completo el equilibrio químico del contenido.

Así que puede que tengamos un vino en la botella, pero seguramente no sea vino, no sepamos nunca si es vino y nos cabrá la duda legítima de si un vino que no se puede beber y que a nadie aprovecha es vino o es otra cosa.

Marchémonos ahora de la Germania Superior al espacio sideral. Un grupo de ingleses chiflados por los pasteles ha construido un globo aeroestático en el que han enviado una tarta al espacio exterior hace un par de días. Su objetivo era cocinarla con las altas temperaturas de la reentrada en la atmósfera. Una cámara registraría el proceso y lo transmitiría para ver cómo se cocinaba una tarta que nadie se podrá comer, porque quedará completamente destruida cuando se estrelle el globo, si es que no se calcina antes.

Hay un tenue hilo de verdad que une a nuestro vino de siglo y medio de antigüedad y a esa tarta con la cocción más enrevesada de todos los tiempos. Nadie beberá ese vino ni consumirá esa tarta. No sé si es vino un vino que nadie beberá, no sé si es un pastel ese objeto efímero que nadie comerá. Pero sé que hay una verdad en la estética, como sostenía Theodor Adorno. Hay una dialéctica interna de esos objetos consigo mismos y con nosotros, que lleva a conclusiones irracionales. Usted no guardaría una botella de vino estropeada ni mandaría un pastel al espacio teniendo un horno.

Pero el mero hecho de la existencia de la Römerwein o el atrevimiento insensato de los comepasteles hace de este mundo un lugar mejor, más rico y bello. Y es en esa belleza insensata, irracional e inútil donde se esconde una verdad que seguro ya habrá usted deducido si es que ha llegado a esta última línea.

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