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Los de siempre

Para eludir responsabilidades no hay nada como un buen enemigo común que invite a olvidar lo ocurrido

JOSÉ MARÍA ROMERA

Jueves, 22 de diciembre 2016, 23:43

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El caso ya es de sobra conocido: Fernando Suárez, rector de la Universidad Rey Juan Carlos, entró a saco en publicaciones de distintos especialistas para apropiarse de páginas enteras que luego hizo suyas en diversos trabajos. Un descarado y sistemático plagio que sin embargo no ha venido acompañado de la dimisión del plagiario de su puesto como rector, lo cual inspira no pocos temores respecto al estado de la enseñanza superior en España. Porque pase que el autor de un fraude académico pueda llegar a lo más alto en la escala universitaria; lo incomprensible es que una vez pillado no solo no renuncie al cargo, sino que tenga la osadía de justificarse como hizo Suárez en su alegato ante el Consejo de Gobierno de la institución. Los argumentos de su defensa fueron de la mejor calidad, propios de un adolescente de escasas luces: todos lo hacen, no puede hablarse de plagio si no hay lucro, fue un ligero despiste al pasar a limpio los borradores, la acusación trata de minar el prestigio de la universidad. Y sobre todo: ha sido obra de «los de siempre».

La apelación a «los de siempre» es un socorrido recurso basado en la falacia generalizadora mediante el cual se crea un falso colectivo hacia el que se desvía la atención: el formado por personas interesadas no en la verdad y la justicia, sino en el desprestigio y el daño. De esa manera el delincuente pasa a ser víctima, y por tanto, merecedora de comprensión, apoyo y amparo. El mecanismo nos resulta familiar. Lo hemos visto funcionar en muchas ocasiones y extrañamente con éxito pese a lo tosco de su engranaje. En las sociedades cerradas -y la universidad, contra toda razón etimológica, es una de ellas- cualquier amenaza contra alguno de sus miembros tiende a ser repelida con la identificación de un enemigo imaginario que actúa como elemento aglutinador. No hace falta saber quiénes son «los de siempre»: basta con admitir que están ahí, y que nos acosan desde fuera poniendo en riesgo nuestros bienes, nuestros valores, nuestras esencias. Son ellos, los otros: la mejor excusa para recomponer un «nosotros» cuya primera misión es la de actuar como una piña en auxilio del acosado.

Para eludir responsabilidades no hay nada como un buen enemigo común que invite a olvidar lo anecdótico -el plagio, en este caso- y atender a lo importante. Y para identificar lo importante siguen actuando las metonimias, que ahora consisten en identificar a la institución con su principal representante. Llegados a este punto, ya saben, el que no está conmigo está contra mí, los trapos sucios se lavan en casa, hay que mantenerse unidos para no abrir flancos al adversario, entre bomberos no vamos a pisarnos la manguera, toda esa basura. No hay corrupción; la inventan «los de siempre». Que el político recurra a esta clase de argucias, parece inevitable. Pero si también lo hace un rector de universidad, entonces es que tenemos un problema más preocupante.

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