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Un justiciero filipino

Duterte es un abogado inteligente, polígota y simpático. Pero revestido con el poder va camino de convertirse en un monstruo

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 23 de noviembre 2016, 00:07

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La alarma que cundió en el mundo por la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos -la verdad es que no se habla de otra cosa- ha distraído la atención internacional del 'Justiciero' de Filipinas, el presidente Rodrigo Duterte, el personaje más polémico que la política ha puesto en circulación en los últimos tiempos. No tiene el poder que va a asumir Trump porque entonces ya estaríamos todos temblando cuando menos ante el temor a tropezarnos en cualquier momento con un cadáver tendido en la acera.

Duterte se ha empeñado en imponer las leyes violándolas con todas las agravantes. Él es el juez y el verdugo, no cuentan las leyes ni los derechos humanos: antes de asumir el cargo, hace medio año, manifestó que a algunos enemigos sociales, como los narcotraficantes, le gustaría matarlos y descuartizarlos él con sus propias manos en una plaza repleta de gente. Ya ensayó la persecución y ejecución de los delincuentes sin el engorro de someterlos a juicio, en la ciudad de Davao, durante su etapa de alcalde.

Aquella política de crueldad y desprecio a los procesos judiciales le granjeó, sin embargo, una simpatía que acabó catapultándole a la Presidencia de la República. Ahora la está practicando, a través de comandos por él estimulados y protegidos, a nivel nacional. Su objetivo es acabar con los que comercializan con la droga y con quienes la consumen. La forma es sencilla: matarlos sin preguntar. Ya se calcula que lleva ejecutados a más de 4.000; a diario se producen varios asesinatos que nadie se molesta en esclarecer.

En las distancias cortas Duterte es un abogado inteligente, políglota y simpático. Pero revestido con el poder va camino de convertirse en un monstruo de la calaña de Hitler, Stalin o Idi Amín. Incluso su cordialidad se metaforsea cando habla de los colegas extranjeros con quienes las fórmulas diplomáticas se vuelven hostiles e insultantes cuando alguno discrepa de sus métodos. No hace distinciones: lo mismo Obama, presidente del país más amigo, que el secretario general de la ONU, que el papa Francisco, jefe de la Iglesia que sigue la mayor parte de sus conciudadanos son unos 'hijos de puta'.

Las obras completas de las expresiones cargadas de tacos y amenazas verbales de Duterte merecen una antología. Por no hablar de las listas con nombres, apellidos y sospechas de las víctimas de su convicción mesiánica de haber venido al mundo para salvarle de los males que le acechan, empezando por la droga, un problema que para él es una obsesión. La meta que se ha propuesto para sus cuatro años de mandato es quitar de en medio a cien mil vendedores y consumidores. Lo más grave es la reacción de la opinión pública ante semejantes barbaridades: goza del apoyo de cerca del noventa por ciento de la población.

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