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Turistas. Una guía encabeza un grupo de visitantes en su recorrido por Las Ramblas. :: ignacio pérez REPORTAJE FOTOGRÁFICO:
La república independiente de Las Ramblas

La república independiente de Las Ramblas

Ni la memoria de los atentados ni las tensiones políticas de estos días alteran la rutina del paseo barcelonés: «Aquí tenemos de todo y todo se vende»

CARLOS BENITO

BARCELONA.

Martes, 26 de septiembre 2017, 00:36

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Nada más llegar a Las Ramblas, la historia reciente de Barcelona sale a recibir al visitante, como en un curso acelerado de lo que ha ocurrido y está ocurriendo en la ciudad. Uno emerge de la estación de Plaza de Cataluña y se topa con dos furgonetas policiales -Mossos a la derecha, Guardia Urbana a la izquierda- que custodian los accesos al paseo. Y, justo al lado de los agentes autonómicos, que imponen tanto por sus armas como por su anatomía poderosa, se alza un cartel de Piel de Toro, la marca de ropa de la que es accionista y consejero Cayetano Martínez de Irujo. «¿Una nación? España. ¿Una marca? Piel de Toro», proclama el anuncio, con el eslogan 'orgullosamente españoles' y un retrato del cantante José Manuel Soto luciendo la bandera rojigualda en el dedo pulgar. Sorprende que la imagen no haya servido aún de lienzo para la creatividad de algún espontáneo, pero, claro, la presencia constante de policías a lo mejor ha desmotivado a los artistas potenciales.

Ahí mismo, en ese extremo de Las Ramblas, está el lugar destinado a las ofrendas por los atentados del 17 de agosto. Se amontonan flores, velas, mensajes, peluches y también tributos más sofisticados, como un buzón para proponer soluciones contra el terrorismo -en realidad, una caja de almacenaje comprada en algún bazar- o un árbol de tazas con palabras como 'desgracia', 'angustia', 'aflicción' o 'tortura'. Siempre hay gente alrededor: unos contemplan en silencio los objetos y se agachan para leer los mensajes, algunos rezan, los hay que toman fotos y, en fin, tampoco faltan los que optan por un selfi con semblante más o menos circunspecto. Irina Poliakova, una neoyorquina de origen ruso, disfruta de una escala de un día en Barcelona tras recorrer los fiordos noruegos en crucero. «¿Qué ha pasado?», pregunta, y se estremece al recibir la respuesta: «Ah, fue aquí... Esto me toca el corazón. Una cosa es verlo por televisión, pero aquí me ha puesto la piel de gallina», dice, con los ojos llenos de lágrimas. A su lado, Teresa Pérez hace su visita diaria a este rincón del recuerdo: «Los atentados me pillaron en el mercado de La Boquería. Ahora vengo cada día, porque me da mucha lástima. Mire, ese hombre de la foto apartó al hijo y murió él». Nacida en Cuevas de Almanzora, provincia de Almería, Teresa es una amante de Las Ramblas («me gustan hasta cuando hay manifestación») que se declara decididamente a favor de la independencia.

Más allá de este punto de partida, ni la memoria de los atentados ni la bronca del referéndum son capaces de alterar la eterna rutina de Las Ramblas, un lugar emancipado de sus coordenadas geográficas y políticas y consagrado al comercio. Aquí está el mundo entero: pasan grupos de japoneses, una familia argentina, una expedición de polacos que peregrinan a Fátima, y en su recorrido se exponen a tentaciones como la 'Jamón Experience' o esa 'local gourmet food' que resulta ser coca de Perafita. Y aquí también está España, parte imprescindible de una abrumadora oferta de souvenirs que incluye extravagancias como las semillas de 'penis peppers', pimientos con forma de pene. En Las Ramblas se pueden comprar bufandas y camisetas del Real Madrid (en los quioscos o en la tienda oficial del número 114), parches de la bandera española, imanes de cabezas de toro o abanicos y castañuelas con la etiqueta de 'recuerdo de España'. De hecho, aquí se descubren manifestaciones insospechadas de la españolidad más cañí, como las sangrías de las empresas Eurobodegas, con sede en Teià (Barcelona), y Bodegas Garcés, de Balaguer (Lleida), con sus etiquetas taurinas y sus botellas rematadas por un sombrero cordobés o en forma de guitarra.

En la tienda La Virreina, exponen una estelada de talla XXL por la parte de fuera de la puerta y una española de similar calibre por la de dentro. También les quedan camisetas de 'Barcelona, Spain', y no están de oferta. «Aquí tenemos de todo y todo se vende. Estamos para eso, no para hacer la independencia», resume el pragmático Sukhi Singh, un joven dependiente indio que lleva «poco tiempo» en Barcelona pero ya ha aprendido a atender «en alemán, serbio, polaco, lo que sea». ¿Le dan salida a la bandera española? «Depende del día. Pero, en la Diada, un extranjero se compró la española más grande. Le dijimos que mejor no se la llevase anudada al cuello».

Presidente troglodita

En unas cuantas pasadas por los 1.180 metros de Las Ramblas, la marejada del 'procés' solo se deja notar en dos ocasiones. Delante del Liceu, un grupo de personas aprovecha la representación de la ópera bufa 'Il viaggio a Reims' para repartir octavillas entre los asistentes: pertenecen a la plataforma 'El Teatro con el Referéndum' y se están peleando con una patrulla de la Guardia Urbana, que no parece tener muy claro qué hacer. Y, en el tramo final del paseo, casi a la sombra del monumento a Colón, el caricaturista Enric Pereda ha llenado su expositor de dibujos sobre la situación política: tiene a Rajoy de troglodita, a Puigdemont con corbata de la estelada, a Rufián sosteniendo un cartel del 1-O, incluso a Angela Merkel con el presidente español al teléfono, suplicándole ayuda con «los catalanes».

«La última que he hecho la tengo en casa: es una tele en la que sale Arias Navarro, con una sonrisa, diciendo 'españoles, Franco ha resucitado'», explica el dibujante, que lleva los dedos tiznados de carboncillo y una chapa del sí en la pechera. Pereda, que trabajó muchos años de periodista, tiene clara su postura pero no tanto el futuro inmediato: «No sé qué va a pasar con esta historia. No van a dejar que se haga una cosa normal, pero seguirán teniendo el problema: haya referéndum o no, ¿cómo van a seducir a los catalanes el día después? Y a la izquierda la veo despistadísima, perdiendo la oportunidad de cambiar el régimen del 78», plantea. En la carpeta también guarda algunas viñetas sobre los ataques terroristas del mes pasado: «Yo no estaba aquí, pero, cuando me enteré, me puse a trabajar y al día siguiente solo traje dibujos sobre el atentado. Me decían que cómo iba a poner la parada en un día así, pero yo respondía: '¡Hoy más que nunca!'». ¿Ha cambiado algo a raíz de aquello? «Yo creo que el barcelonés ha empezado a bajar de nuevo a Las Ramblas, algo que había dejado de hacer. Es como un compromiso».

La vida en el paseo siempre continúa, con su hormigueo imperturbable. No importa que a tiro de piedra, en la Rambla de Cataluña, se concentren miles de manifestantes: aquí seguirán los turistas con sus paellas, sus pizzas, sus surtidos de tapas que entristecen el corazón, sus jarras colosales de sangría y sus litros de cerveza a nueve euros. Aquí estarán también habituales como Manuel García y Pepe Sánchez, dos amigos que ven la vida pasar desde esas sillitas individuales que en algún momento sustituyeron a los bancos públicos. Tienen 68 y 72 años, se conocieron en estos mismos asientos y comparten puntos de vista sobre Cataluña. «Yo quisiera que alguien me explicara qué hay de bueno y de malo en la independencia, porque la tele está toda la mañana con lo mismo pero nadie aclara nada», se queja Manuel, barcelonés. «La independencia no va a llegar nunca, es todo un cuento», descarta Pepe, nacido en Huelva. ¿Y el 1 de octubre, estarán aquí o votando? «El 1 de octubre es un día normal, un domingo cualquiera».

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