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JUAN CARLOS VILORIA
Jueves, 5 de octubre 2017, 00:19
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La más grave crisis de la democracia española está cerca de alcanzar su punto álgido y la Generalitat, con Puigdemont a la cabeza, están jugando a la pocha. Como Gerard Piqué durante el discurso del Rey. El president vive en su mundo a mil millas de la realidad. Dice que ya se siente presidente de un país libre. Cataluña es una olla a presión por la fractura social, don Felipe advierte a los sublevados, la Bolsa se derrumba, los letrados no dan luz verde al pleno de la independencia, el aislamiento democrático en la UE de los sediciosos es un hecho. Pero los sublevados siguen «jugando a la pocha».
Este pasatiempo que se juega con baraja española trata de calcular las bazas que cada participante hará con sus naipes al final de la partida. Junqueras, Puigdemont y los suyos están calculando las bazas que les pueden llevar al éxito como si esto fuera un juego. Con la misma frivolidad con que han llevado a su pueblo al borde del precipicio. Pero ellos siguen en su cálculo de probabilidades contando con que el efecto del 1-O todavía será combustible para la calle durante algunos días más. Que la opinión pública internacional está aún desconcertada. Que la justicia es lenta y ninguno de los responsables directos de la masiva vulneración de la ley ha sentido su peso. Y que ahora ganarán tiempo con la aparición de la figura inevitable de los 'mediadores'.
Calculan también que la división dentro del PSOE sobre el apoyo a Mariano Rajoy puede debilitar al bloque constitucional y cuentan con que han hecho del Parlament una institución donde ellos marcan las normas a su conveniencia. La declaración del president a la misma hora que el jefe del Estado, un día después, intentó neutralizar el efecto de las palabras de don Felipe y estirar en lo posible la repercusión emocional de las cargas del domingo.
Quizás percibe que el estado va recuperando lentamente el terreno perdido en la jornada aciaga del 1-O. Que la firmeza del discurso del Rey ha resuelto muchas dudas existenciales en Moncloa, Ferraz, y Ciudadanos. Que en la Unión Europea se van poniendo al descubierto las falacias del 'procés' y matizando el nivel de fuerza ejercido por las FSE en día del referéndum. Y en varias cancillerías empiezan a valorar en su justa medida los riesgos del 'efecto dominó' que tendría la separación unilateral de Cataluña en otros territorios del continente.
Lo malo es que Puigdemont y los suyos solo han dejado al Gobierno una salida antes de ensayar cualquier fórmula de arreglo y que pasa por el restablecimiento de la legalidad. Lo único que podría evitar una intervención con los instrumentos del artículo 155 o de la Ley de Seguridad Nacional es la paralización de la declaración unilateral de independencia. O sea, dejar de jugar con fuego.
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