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Una fuga desesperada al amanecer

Una fuga desesperada al amanecer

Capítulo VI: El topo de ETA que salvó a la corona de España en Mónaco ·

Cuando la Policía española y su agente doble Jokin Azaola creían tener bajo control la operación de ETA para secuestrar a la Familia Real en Mónaco en 1974, el Conde de Barcelona altera sus planes. La banda llevaba meses preparando una compleja infraestructura con varios pisos y un barco en la Costa Azul. En su punto de mira, Juan Carlos y Sofía, invitados por Rainiero a una fiesta. El inesperado viaje de don Juan, que a su llegada a puerto saluda incluso a algún etarra que se le acerca, lo trastoca todo. Mañana, el desenlace de esta serie.

Óscar Beltrán de otalora

Viernes, 13 de julio 2018, 19:11

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El 18 de agosto de 1974, la Costa Azul estaba a punto de ser el escenario de uno de los grandes dramas de la historia de España. Los etarras que desde hacía meses preparaban allí el secuestro de Juan Carlos y Sofía se dan de bruces una mañana con el Conde de Barcelona, don Juan, el padre del entonces Príncipe. Ha aparecido por sorpresa en el muelle de yates de Mónaco, uno de los lugares en los que la banda tiene su campamento base para la operación. Jokin Azaola, el confidente de la Policía que está infiltrado entre los terroristas y que desde mayo informa de sus movimientos, no puede creer lo que oye cuando sus compañeros le cuentan a quién han visto.

Lo que él quería evitar está cada vez más cerca. Asiste a sus preparativos para cambiar de planes y abordar a don Juan. Azaola había aceptado traicionar al comando que pretendía secuestrar a la Familia Real en Montecarlo en el convencimiento de que Juan Carlos y Sofía serían finalmente asesinados y la ola de represión y terror que se desencadenaría impedirían cualquier avance hacia la democracia en España. Había puesto su vida en peligro –sabía que le matarían si se descubría que era un infiltrado– y ahora todo su empeño se revelaba inútil. Está sobrepasado. En un momento en el que consigue quedarse solo corre a un hotel de Mónaco en el que se aloja uno de los policías españoles que siguen los pasos del comando. Le comunica que ETA ya ha elegido una nueva víctima.

En su libro autobiográfico 'Los elegidos de Euzkadi, un atentado al futuro', Azaola confiesa que en ese momento está muy «alterado». El confidente dudaba de todo y apenas logró calmarse cuando el agente le insistió en que harían todo lo posible para evitarlo. Le convenció de que regresara al lado de los etarras y de que siguiera desempeñando su papel. Azaola obedece, pero antes fuerza a su interlocutor a volver a prometerle una de las condiciones que exigió al comisario José Sáinz cuando le reclutó: no debería haber violencia y no se producirían detenciones. Según dejó escrito, cuando volvió al puerto de Mónaco coincidió con Miguel Ángel Apalategui, 'Apala', uno de los etarras más sanguinarios y mortíferos de ETA.

El terrorista se estaba tomando un whisky en la cubierta del 'Bystander', el barco que empleaba la banda para moverse por la costa. 'Apala' vigila desde esa atalaya el 'Giralda', el navío del padre de Juan Carlos. El jefe del comando, Domingo Iturbe Abásolo, 'Txomin', acaba de subir a un tren con dirección a Bayona, sede del cuartel general de la organización, para pedir permiso a la cúpula de ETA para secuestrar a don Juan. No figuraba entre los planes iniciales de la banda, pero se dan cuenta de que su número acaba de salir en la ruleta.

Noticias estremecedoras

La llegada de don Juan a Mónaco es un descalabro para las fuerzas de seguridad españolas. El padre del Príncipe, un marinero experimentado –llegó a estar enrolado en la Armada Británica–, ha zarpado desde Mallorca con rumbo a la capital monegasca al timón del 'Giralda'. De los textos privados que José Sáinz escribió sobre el operativo policial en la Costa Azul se deduce que existió una fuerte descoordinación en el Gobierno franquista. Advertidos de los propósitos de ETA por el agente doble Azaola, y aunque se había recomendado que ningún miembro de la Familia Real se desplazase a Mónaco, las fuerzas de seguridad consideraron que don Juan, que hacía la travesía acompañado de su esposa, María de las Mercedes Borbón, no era un objetivo de la banda. Así que nadie puso demasiado interés en desaconsejar el viaje. Un error mayúsculo.

Y mientras la maquinaria terrorista se reactivaba en el principado, en Mónaco tan solo quedaban dos inspectores españoles. Desde Madrid se les ordena que extremen los seguimientos y que se mantengan en contacto con Azaola. Las noticias que los policías enviaban a sus superiores eran estremecedoras. Al menos cinco etarras se encontraban ya en los muelles, en las inmediaciones del atraque del 'Giralda'. El padre de Juan Carlos, inconfundible con sus dos dragones tatuados en los antebrazos, llegó a caminar entre ellos sin ser consciente del peligro. Incluso intercambió unas palabras con Juan José Rego Vidal, el terrorista que, con los años, se reveló como un hombre dominado por su enfermiza obsesión de matar al Rey.

Los agentes también sabían de la existencia y el rol del 'Bystander'. Estaba en dique seco, sometido a reparaciones, pero desde su interior se tenía campo visual óptimo para vigilar a don Juan. 'Apala' ya lo estaba haciendo. Al lado de la embarcación etarra está atracada una zodiac. Los policías sospechan que la lancha neumática forma parte esencial de la infraestructura etarra. Y descubren además el 'Peugeot 404' en el que se desplazaban habitualmente los miembros de la célula terrorista aparcado en las inmediaciones del 'Giralda'. Un dato más multiplica el alcance de la amenaza: el confidente Azaola les dice que las armas que tenían escondidas en el chalé de Niza han sido trasladadas a las instalaciones portuarias.

Ni rastro del conde

En Mallorca, donde la Familia Real ya ha comenzado sus vacaciones, la Policía se pone en contacto con el coronel ayudante de don Juan Carlos, Manuel Dávila, para detallarle la operación que está en marcha en Mónaco. El comisario Roberto Conesa, que en junio había viajado a la Costa Azul para supervisar la vigilancia sobre el comando y ahora se encontraba en la isla formando parte de la seguridad de los Príncipes, recibe una llamada del comisario José Sáinz. Con las últimas informaciones recopiladas en Montecarlo, corre al palacio de Marivent, la residencia veraniega de don Juan Carlos y doña Sofía. Sin embargo, no consiguen localizarle. El Príncipe –en ese momento cabeza del Estado, porque la hospitalización de Franco por su flebitis ha propiciado una cesión de poderes al futuro Rey–, ha salido a navegar y deberán esperar su regreso a puerto para ponerle al día de los acontecimientos. No dan con él hasta media tarde.

En cuanto recibió la información, Juan Carlos ordenó que un avión del Ejército del Aire trasladase a Mónaco al comisario Conesa y al coronel Dávila. Llegaron a las nueve de la noche y se dirigieron al puerto para localizar a don Juan. Ni una sola pista de su paradero. Recorrieron a fondo el paseo marítimo y reconocieron a algunos de los miembros de ETA que intentaban pasar desaparecibidos entre los turistas. Pero ni rastro del padre del Rey.

Cada segundo acerca al abismo. Los dos mandos se reúnen con la pareja de inspectores que lleva semanas siguiendo los pasos del comando. Ellos tampoco han visto a don Juan. Los cuatro prosiguen desesperados la búsqueda hasta que, avanzada la noche, un contacto local de la Policía española les confirma que el Conde de Barcelona había regresado a su yate. Caminan de nuevo hasta el puerto y allí descubren a dos hombres que, equipados con walkie talkies, no pierden de vista al 'Giralda'. Resultan ser agentes de seguridad al servicio del principado. El propio Juan Carlos había telefoneado a Rainiero para rogarle que reforzase la vigilancia sobre su padre.

En el mismo puerto se fraguó la operación de fuga. A las 07.30 horas, cuando aún no había amanecido, los policías españoles y monegascos trasladan a don Juan al hotel en el que se alojaba su esposa. Preparan su equipaje a toda prisa y les conducen al avión militar con el que el coronel Dávila y el comisario Conesa se habían desplazado a Mónaco. A la una de la tarde aterrizan en Mallorca.

En Montecarlo, los etarras no entienden qué ha sucedido. Dos de ellos se habían acercado durante la noche al 'Giralda' y divisaron a los hombres con walkie talkies que velaban por don Juan en las inmediaciones. Preocupados por la presencia policial, se alejaron de la zona, así que no pudieron llegar a ver cómo el Conde de Barcelona salía a toda prisa del puerto. Como el barco de don Juan sigue atracado, el comando decide quedarse sobre el terreno, al acecho, a la espera de que aparezca su presa. 'Txomin' ha regresado de Bayona acompañado de los principales dirigentes de ETA, entre ellos Iñaki Mújica Arregi, 'Ezquerra'. Todos quieren participar en el secuestro.

ETA asumió su fracaso

El día 21, dos días después de la marcha de don Juan, la tripulación del 'Giralda' recibió la orden de zarpar. Los etarras todavía seguían creyendo que el padre de Juan Carlos viajaba en su interior, así que se desplegaron por distintos puertos de la Costa Azul para intentar localizarle. Rego Vidal recurrió a todos sus contactos en las tripulaciones de los yates de millonarios y en las tabernas del litoral para conseguir cualquier información valiosa sobre su objetivo. Solo obtuvo silencio. Nadie le había visto.

El día 26, medios de comunicación franceses publicaron una noticia sobre un supuesto plan de ETA para secuestrar a la Familia Real en Mónaco. Según narraría en sus notas personales el comisario José Sáinz, aquella filtración sobresaltó a las fuerzas policiales españolas. Sin embargo, al analizar con detalle el contenido de las noticias –datos parciales mezclados con otras informaciones que no guardaban relación con los hechos reales– llegaron a la conclusión de que no afectaba a la seguridad de su confidente. En la Costa Azul, ETA asumió que había fracasado y el 31 de agosto ordenó a sus hombres que emprendieran el regreso a Bayona.

Pero Mónaco había marcado a ETA, y muchas de las personas vinculadas con aquella acción influirían en el devenir inmediato de la banda. La frustración ante su incapacidad para repetir un magnicidio como el de Carrero Blanco les lleva a actuar a la desesperada. El 13 de septiembre, una bomba compuesta por 30 kilos de dinamita estalla en la madrileña cafetería Rolando y mata a trece personas. Uno de los autores del atentado es José María Arruabarrena, 'Tanke', el etarra que había excavado la 'cárcel del pueblo' en la casona de Niza donde querían retener a Juan Carlos y Sofía. 'Tanke' había cruzado los Pirineos para preparar en Madrid una acción de envergadura al mismo tiempo que se urdía el secuestro de la Familia Real.

Ese crimen fue uno de tantos inicios del fin de la banda. Los etarras habían oído que al Rolando acudían a almorzar policías del cercano edificio de la Dirección General de Seguridad y se propusieron acabar con un buen número de agentes. Sin embargo, la explosión mató a doce civiles. Solo un policía resultó herido, aunque falleció dos años después a consecuencia de las lesiones sufridas.

La redada de 'El Lobo'

Aquella masacre aceleró las divisiones internas en ETA. 'Ezquerra' se negó a reinvindicar el atentado, consciente de que la imagen de la banda saldría muy dañada si se intentaba justificar una matanza en un bar lleno de personas sin relación alguna con 'el enemigo', con las fuerzas de seguridad. El sector 'militar', al que pertenecían todos los que habían participado en el plan de Mónaco, se opuso y reclamó que se asumiera la autoría de la acción. La rebelión disparó la tensión acumulada en los meses previos y precipitó la escisión entre 'milis' y 'polimilis'. En un principio, estos últimos eran el bloque mayoritario, pero otro hombre vinculado a la operación de Montecarlo intervino y modificó la relación de fuerzas.

En 1975, las fuerzas de seguridad llevan a cabo una de las mayores redadas de la historia contra ETA gracias a la información que les suministra Mikel Lejarza, 'el Lobo'. El topo que, al igual que Azaola, fue reclutado por el comisario José Sáinz había propiciado la decapitación de los 'polimilis'. Esta facción, muy debilitada tras el aluvión de arrestos –cayó la cúpula y un centenar de militantes– iniciaría negociaciones con el Gobierno y al cabo de siete años abandonó la violencia. Los 'milis' se hicieron con el poder y continuaron derramando sangre hasta la disolución definitiva de ETA, el pasado mes de mayo, tras cometer más de 800 asesinatos.

En sus memorias privadas sobre la 'operación Mirlo blanco', José Sáinz apuntaba una revelación inquietante. Durante una conversación con algunos militares para analizar los sucesos acontecidos en Mónaco surgió el tema de la posibilidad de haber llevado a cabo una acción de comando en Francia con «los servicios paralelos». «Un teniente coronel, que me pareció avergonzado, me dijo que no tenían a nadie eficiente. Todo era camelo y pura fantasía», escribió Sáinz. El 2 de julio de 1978 comienza la 'guerra sucia'. El etarra Juan José Etxabe y su esposa son tiroteados en San Juan de Luz y ella fallece a consecuencia de los disparos. El 21 de diciembre de ese mismo año, una bomba acaba con el jefe etarra 'Argala'. Los atentados continuarían hasta 1987, cuando el GAL dejó de matar.

Azaola había quedado a la deriva tras cumplir su misión en Mónaco. Evitado el magnicidio, se apresuró a quitarse de en medio. En 1975 ya ha dejado ETA y en 1977 se acoge a las Leyes de Amnistía. Es un héroe secreto para las fuerzas de seguridad españolas. Hasta que, de pronto, decide contarlo todo. Y, con ello, situarse en el centro de la diana de sus viejos compañeros. Es un comportamiento incomprensible para el comisario Sáinz, que no da crédito a lo que está leyendo en 'Interviú'. Su doble agente hasta se dejó retratar por la revista. «Es el colmo de la enajenación», resumió el policía en sus apuntes. Hay una persona que vivió con Azaola esos días. Su hijo Jokin. En sus primeras declaraciones a un medio de comunicación, aporta su propia teoría sobre la conducta de su padre. Pero también, como verán mañana, en el último capítulo de esta serie, muchas preguntas sin respuesta.

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