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Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, durante un debate previo a las primarias de 2014. :: jaime garcía
El PSOE se enfrenta al riesgo de una fractura irreparable

El PSOE se enfrenta al riesgo de una fractura irreparable

Asumió por razones coyunturales en 1998 y en 2014 un modelo de Estados Unidos, donde no hay partidos con estructuras similares

PAULA DE LAS HERAS

Domingo, 19 de marzo 2017, 00:57

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Una forma de legitimación de liderazgos y un método eficaz de movilización política. Esas son, sobre el papel, las dos grandes virtudes de las elecciones primarias. O al menos así lo ha defendido siempre el PSOE, el primer partido español en abrazar este modelo proveniente de una cultura política tan distinta a la española como la estadounidense. En la práctica, los socialistas no han tenido, sin embargo, excesiva fortuna en su empleo. Nadie se atreve a renegar de ellas, pero, en vísperas de la contienda que enfrentará a Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López, la mayoría de los cargos del partido reconocen, independientemente del sector al que pertenezcan, su temor a que la disputa genere una fractura interna irreparable.

Los antecedentes no son, desde luego, nada halagüeños, ni en los limitados casos en los que realmente se ha empleado para elegir al candidato a las elecciones, empezando por la batalla entre Joaquín Almunia y Josep Borrell en 1998, ni en los más recientes en los que se ha recurrido al voto directo de los afiliados para designar al secretario general de la organización. El PSdG, la primera federación en nombrar así a su líder -a finales de 2013, con la oposición del entonces máximo responsable de la formación, Alfredo Pérez Rubalcaba -, está en manos de una gestora desde hace más de un año; como lo está también la propia dirección federal.

Es cierto que, en algunos casos, la idea ha sido aparentemente fructífera. Ximo Puig, el primer líder socialista en hacer unas primarias abiertas a la ciudadanía para elegir al cabeza de lista del PSPV en los comicios autonómicos, es hoy presidente de la Generalitat valenciana. Pero lo es gracias a la colaboración de Compromís, que es realmente quien experimentó un crecimiento electoral asombroso, y con el apoyo externo de Podemos, el otro gran triunfador. Los socialistas valencianos obtuvieron en 2015, de hecho, el peor resultado de su historia.

La paradoja llega al extremo, por ejemplo, en Madrid. En 2010 se celebraron primarias para elegir candidato a los comicios autonómicos. La dirección federal, o sea, José Luis Rodríguez Zapatero, alentó la candidatura de la entonces ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, contra Tomás Gómez, el secretario general del PSM, un partido históricamente dividido en familias. Perdió Jiménez. El PP superó en siete escaños la mayoría absoluta y el PSOE cayó seis. En 2014, Gómez, al que también se había intentado defenestrar en el último congreso del partido, no tuvo rival. Pero en febrero de 2015, a menos de cuatro meses de las elecciones, Pedro Sánchez maniobró para echarle. La razón nunca abiertamente confesada era que las encuestas le auguraban un paupérrimo 11% del voto. A dedo, se eligió como candidato al exministro de Educación Ángel Gabilondo. Madrid fue el único lugar en el que el PSOE mejoró sus resultados respecto a 2011 y se quedó a un escaño de poder gobernar con Podemos.

Choque de legitimidades

El caso madrileño es posiblemente uno de los más ilustrativos para explicar por qué las primarias no han cumplido sus objetivos. La fórmula asentada en un país en el que apenas existen estructuras de partido (el Partido Demócrata y el Republicano no son organizaciones burocráticas que se rijan por una jerarquía clara, como los europeos, ni sus líderes tienen autoridad directa sobre sus diputados y senadores) encaja con dificultad en la dinámica tradicional de las fuerzas españolas. Y eso ha llevado a un choque de legitimidades; algo que se ve con claridad en el caso de Sánchez, el primer secretario general elegido directamente por los militantes, y su relación con los líderes territoriales.

El exsecretario de Organización del PSOE que implantó el modelo de 2014, Óscar López, admite que quizá todo se haya hecho de manera poco reflexiva. Sostiene que las primarias han llegado para quedarse, que es una fórmula con enorme aceptación entre la opinión pública y con muchos aspectos positivos. «Pero es verdad que nos ha faltado un debate en profundidad. Nos hemos movido a golpe de coyuntura sin pararnos a pensar cómo debía adaptarse el conjunto del partido o qué contrapesos era necesario establecer para evitar cesarismos», dice. Ahora cree que el congreso de junio es una oportunidad para hacerlo.

El que fuera colaborador de Joaquín Almunia en la campaña de las generales de 2000, Enrique Guerrero, defiende que el principal escollo para un aterrizaje suave de las primarias está en que España tiene una cultura política «confrontacional» que deja poco espacio para el debate de contenido programático y que hace que no se busque una «solución» acorde con el interés general del país sino un «ganador» en una pugna de poder interno. El riesgo es que en el camino se resienta la propia

El politólogo y diputado socialista Ignacio Urquizu, autor del libro 'La crisis de la socialdemocracia: ¿Qué crisis?' y miembro del equipo que prepara la ponencia del próximo congreso, rechaza, sin embargo, que pueda considerarse que las primarias hayan sido hasta ahora un fracaso. «Nunca sabremos qué habría pasado electoralmente de no haberse celebrado en los sitios en los que han tenido lugar», argumenta. En cuanto a por qué no han tenido efecto para reforzar liderazgos lo tiene claro. «Es que quien crea que la legitimidad se consigue un día en una votación no sabe lo que es el liderazgo -esgrime-; el cargo se legitima en el ejercicio diario».

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