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El líder del PP, hace diez días, tras la ronda de contactos en la que midió la disposición de los partidos a apoyar su investidura. ::
Miedo a pactar

Miedo a pactar

CiU y Esquerra perdieron votos, a favor de PP y PSOE, tras pactar con Aznar y Zapatero y en Europa la norma es que las coaliciones perjudiquen al socio menor

PAULA DE LAS HERAS

Domingo, 24 de julio 2016, 00:40

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Sólo queda un día para que los representantes de los partidos empiecen a desfilar por el Palacio de la Zarzuela para exponer al Rey -que es quien debe proponer al Congreso un candidato a la Presidencia del Gobierno- su posición sobre la investidura de Mariano Rajoy. Pero salvo sorpresa mayúscula, el panorama que se encontrará ante sí el jefe del Estado será muy poco alentador: una sucesión de 'noes' que bastan para tumbar las aspiraciones del presidente del PP, y solo dos puertas abiertas a la abstención, la de Ciudadanos (que ha decidido dar ese paso tapándose la nariz), y la de Coalición Canaria.

Nadie parece dispuesto a moverse. Es más, las formaciones que ahora se sitúan en la oposición se han embarcadoen un juego de 'tú la llevas'. Desde el día siguiente a las elecciones, todos, sin excepción, han señalado al de al lado como el obligado a dar un paso al frente para resolver un bloqueo institucional que, en el peor de los casos, puede mantener a España en una situación de interinidad de manera indefinida (sin nuevos presupuestos, ni ajuste del déficit, ni actualización de las pensiones...) o incluso conducir a unas terceras elecciones.

Cada uno tiene sus razones, pero todos se resisten a pactar, fundamentalmente, por una cuestión estratégica. Independientemente de las distancias ideológicas, en los proyectos de los partidos siempre es posible encontrar coincidencias. Sin embargo, posiblemente porque el sistema electoral no lo ha hecho necesario, España tiene poca cultura pactista en el Gobierno de la Nación y la que hay quizá no invite a ser proactivo a los partidos secundarios. Quienes lo han sido rara vez se han visto premiados por el electorado. Al contrario.

En 1996, y pese a los iniciales recelos mutuos, José María Aznar, fue capaz de pactar su entrada en la Moncloa con CiU y el PNV. Es verdad que la situación era distinta a la actual por muchos motivos. Cualesquiera que fueran los prejuicios, el PP no había gobernado nunca España y su victoria suponía la alternancia en el poder de un PSOE en declive que llevaba catorce años en los ministerios. El cansancio afectaba incluso al propio Felipe González, que ya en 1993 intentó no repetir como candidato. Así y todo, al líder popular le costó dos meses de negociaciones formar Gobierno. Y, por supuesto, no fue de coalición porque los catalanes de Jordi Pujol nunca lo quisieron, tampoco con González.

La gobernabilidad no resultó mal. Hasta la fecha, aquél ha sido el Ejecutivo que menos respaldo de diputados de su propio color político ha tenido. El PP sólo alcanzó los 156 escaños y, sin embargo, con el apoyo de los nacionalistas y Coalición Canaria, logró sacar adelante reformas estructurales de calado. En esos años se produjo el ajuste fiscal que permitió a España entrar en la Unión Económica y Monetaria, se derogó el servicio militar obligatorio, se produjo la transferencia de las competencias sobre educación a las comunidades autónomas y se empezó a notar el despegue económico.

No había nada 'a priori' por lo que castigar a CiU. Sin embargo, en las generales de 2000, los nacionalistas catalanes perdieron más de 150.000 votos y cayeron un escaño (de 16 a 15). El premio en Cataluña lo recibió el PP, que subió del 17,96% de porcentaje de voto al 22,79% y pasó de ocho a doce escaños.

Dos legislaturas después, a los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya les ocurrió algo similar. Anteponiendo la «solidaridad de la izquierda» a sus aspiraciones secesionistas, en 2004 habían dado su apoyo -junto a IU, BNG, la Chunta y CC- a José Luis Rodríguez Zapatero. Fueron los años del Estatut, la retirada de las tropas de Irak, del matrimonio homosexual... ERC pasó de 8 a 3 diputados; el PSC, de 21 a 25, su mejor resultado histórico. IU también se resintió: se dejó tres de sus cinco escaños.

Ruptura

El caso del PNV y su 'sí' a la investidura de Aznar es distinto. Antes de las elecciones de 2000, populares y nacionalistas ya habían roto a raíz de la firma, en 1998, del pacto de Estella. Para el Gobierno, pero también para el PSOE, aquel acto supuso la voladura del pacto de Ajuria Enea contra el terrorismo de ETA, sólo catorce meses después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. El momento político era muy complicado. Y el entonces partido de Xabier Arzalluz rentabilizó en el País Vasco su acercamiento a Herri Batasuna. De cinco pasó a siete diputados.

Con la perspectiva actual, parece obvio que la lectura que tanto CiU como Esquerra hicieron de su colaboración activa con los Gobiernos del PP y del PSOE fue más bien negativa. El primero todavía se entendió en 2001 con los populares, que habían ganado con mayoría absoluta, para aprobar el nuevo sistema de financiación autonómica, pero al poco tiempo empezaron las tensiones. Y ERC no quiso volver a dar el 'sí' a Zapatero en su segunda legislatura, en la que gobernó en minoría, con 169 escaños, y sufriendo para sacar adelante cada ley con negociaciones extenuantes (lo que se llamó la «geometría variable»).

«Constitucionalistas»

Ahora, en cualquier caso, el PP asegura que no pretende recabar el apoyo de independentistas ni soberanistas para la investidura de Rajoy (otra cosa es que la pida para aprobar luego leyes económicas, que lo hará). Lo que intenta es un acuerdo con, según su jerga, los «constitucionalistas», el PSOE y Ciudadanos. Pero ambos se han puesto de perfil. Y, más allá de la responsabilidad de Estado, es difícil que encuentren motivos para replantearse su negativa a sustentar el Ejecutivo desde fuera, pero, sobre todo, desde dentro, como pretendía el presidente en funciones.

El PSOE siempre ha dejado claro que jamás se plantearía una gran coalición como las de Alemania o Austria. Su argumento es que sus proyectos y los del partido más a la derecha del arco parlamentario son antagónicos. Y ha llegado a decir, incluso, que el problema es que «Rajoy no es Merkel». Pero, aunque eso pueda ser en parte cierto, lo es más que su gran temor es perder la condición de alternativa al PP.

La experiencia de otros países europeos indica que no andan muy desencaminados. Con la excepción de la 'Große Koalition' de 1966, que se produjo en contexto muy particular -en una Alemania dividida, en plena Guerra Fría, con recursos económicos disponibles y un partido socialdemócrata que acababa de abandonar el marxismo-, al SPD las alianzas con los democristianos le han salido muy caras.

El vicecanciller y ministro de Exteriores, Billy Brandt, sí vio recompensado entonces su paso al Gobierno, probablemente porque le permitió demostrar en la práctica el giro hacia la moderación que había iniciado el partido en el Congreso de Bad Godesberg de 1959 (el PSOE no abrazaría la economía de libre mercado hasta 1979). En las elecciones de 1969, incrementó su porcentaje de voto y, aunque no superó a la CDU, pudo formar Gobierno, y encabezarlo por primera vez, con los liberales. Hecha esa salvedad, en tiempos más recientes, el SPD ha salido debilitado de todas sus cohabitaciones con los democristianos.

En 2005 la formación obtuvo un 34% de los votos frente al 35% de Angela Merkel y, tras cuatro años de gran coalición, cayó hasta el 23%. Por el camino, perdió al ala más progresista del partido, que se escindió para unirse a los excomunistas en La Izquierda. En 2013, repitieron. Y las cosas no parecen estar yendo mucho mejor; al menos, a juzgar por los sondeos. A pesar de haber logrado cesiones de la CDU como la introducción del Salario Mínimo Interprofesional, las encuestas le conceden en torno a un 22% del voto, frente al 25% con el que el vicecanciller y ministro de Economía y Energía, Singmar Gabriel, entró en el Gobierno.

Peligro de extinción

Ciudadanos, que en la legislatura pasada llegó a parecer dispuesto a compartir gestión con el PSOE de Pedro Sánchez, tampoco tiene ejemplos demasiado alentadores para participar de un Ejecutivo del PP, como desearían los dirigentes conservadores. De momento, para no dar siquiera el 'sí' a la investidura se escuda en su promesa electoral de no dar soporte a Mariano Rajoy, representante de un PP carcomido por la corrupción. Lo cierto es que también se ha negado a entrar en gobiernos autonómicos a los que sí da apoyo externo.

La proximidad ideológica no es incentivo. A los liberales europeos que han ocupado ministerios de gabinetes mixtos junto a partidos conservadores (siendo ellos el partido menor) tampoco les ha ido nada bien. Los alemanes perdieron su histórico papel de partido bisagra tras gobernar con Merkel entre 2009 y 2013. Ahora están fuera del Bundestag. Ni siquiera lograron superar la barrera legal del 5% en las últimas elecciones federales.

Algo similar le sucedió a Nick Clegg en el Reino Unido. Tras 13 años de gobiernos laboristas, en 2015 pactó con los 'tories' y se convirtió en viceprimer ministro. Mientras que David Cameron revalidó su mandato como 'premier' con una holgada mayoría absoluta, los liberales cayeron del 23% de los votos al 8%.

Aun así, los populares insisten en que lo mejor que puede hacer Rivera es exigir ministerios potentes. Sueñan convencerle seguros de que, después, llegará la abstención del PSOE y habrá Ejecutivo.

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